POR SI LAS MOSCAS

Caquistocracia

Por Laura Monzón
viernes, 17 de noviembre de 2017 · 00:00

A los mexicanos nos gusta hablar de democracia; tanto, que incluso creemos que con saber la simple definición tenemos idea de lo que es la democracia per se. Si alguien llegara y nos preguntara ¿qué es?, con la mano en la cintura podríamos explicar que es el gobierno o el poder del pueblo o, si queremos alargar la explicación, un sistema político fundado en la soberanía de la voluntad popular para elegir a sus gobernantes.

Si lo preferimos, podemos dar una explicación más técnica, donde puede decirse que se refiere al proceso electoral donde todos los ciudadanos participamos para votar por un presidente, diputado, senador, alcalde… que represente a nuestros intereses como sociedad.

Sin embargo, las cosas son más complejas. Pretender vivir en un sistema democrático es más difícil de lo que se piensa.

El filósofo español Gustavo Bueno, dijo que las democracias no pueden considerarse resultado de una decisión democrática, puesto que la sociedad que se constituye como democracia debe estar ya constituida como sociedad con anterioridad.

Suena fácil. El problema es que la sociedad, según la teoría, es un conjunto de personas que se relacionan entre sí, de acuerdo a ciertas reglas jurídicas y consuetudinarias de organización y que comparten una misma cultura o civilización en un espacio tiempo.

En nuestro caso, reglas jurídicas comunes las compartimos a través de la Constitución, pero no son consuetudinarias y tampoco compartimos la misma cultura los del norte, los del centro y los del sur. Menos las clases baja, media y alta; las diferencias son demasiadas, no en cuestión económica sino social. Lo más alarmante es que a la mayoría no le interesa la política.

Por tal razón, es complicado decir que México se constituye en una sociedad y, más aún, en una sociedad democrática, aunque podemos alardear que vivimos en una; pero del dicho al hecho…

No sólo en nuestro país, porque sucede en todo el mundo, el problema con la democracia, donde todos tenemos derecho a contender para un cargo de elección popular, es que cualquier pelagatos, por muy ignorante e incompetente que sea, si tiene influencias, puede llegar a ser presidente, diputado, senador, alcalde o gobernador. Ejemplos tenemos muchos; es sólo cuestión de dirigir la mirada hacia el Palacio Municipal, el Centro de Gobierno, el Congreso o los Pinos.

Para el filósofo griego Aristóteles, la democracia no era exactamente la mejor forma de gobierno, precisamente por este problema, que casi en automático nos puede llevar a la caquistocracia, es decir, que seamos gobernados por los peores y los menos preparados. ¿Suena familiar?

Lo ideal sería vivir en una república (del latín “res” y “publica”: asunto del pueblo), donde todos los ciudadanos participan en el poder, bajo la dirección de los más rectos, los más nobles y los más competentes, donde haya igualdad bajo la ley, sin el antagonismo entre ricos y pobres.

Democracia y República, aunque parecieran ser “casi” sinónimos, no lo son: la primera, es el poder del pueblo (de las masas), mientras que la segunda es el gobierno de la ley y la igualdad de los ciudadanos ante dicha ley.

¿Puede haber una república democrática? Sí, pero en donde los mejores sean los que, por ley, tengan el derecho a contender por un cargo público y no a los que se eligieron por “dedazo” partidista o el que, gracias a la demagogia y el engaño de las masas, escaló en el mundo de la política.

Un buen conjunto de leyes no da por resultado un buen gobierno, sino que las leyes sean respetadas y acatadas por todos: dirigentes y ciudadanos.

Como dijo Aristóteles: “Un montón de gente no es una república”.

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