DESDE HOLANDA

El pastafarianismo

Por Dianeth Pérez Arreola
miércoles, 22 de noviembre de 2017 · 00:00

El título de esta columna es el nombre de una parodiada religión. Sus seguidores usan un colador de pasta en la cabeza como símbolo de su fe. Así como las musulmanas usan un velo, los indús un turbante y los judíos un kipá. Los creyentes del pastafarianismo no se toman esto en serio, sólo pretenden hacer evidentes la aceptación que tienen los ritos y creencias de las demás religiones, que aunque legitimadas por la sociedad, carecen de sentido.

Y para demostrarlo hay “pastafaris” que salen en la fotografía de su pasaporte portando el colador de pasta en la cabeza, como el israelí Michael Afanasyev, estudiante de la Universidad TU Delft, aquí en Holanda, a quien le fue negado el permiso para defender su tesis de doctorado vestido de pirata.

Según el pastafarianismo los piratas son seres divinos, y el calentamiento de la tierra, los sismos, los huracanes y otros desastres naturales, son consecuencia directa de la disminución del número de piratas en el mundo desde 1800. Según explica, esta historia no dista mucho en credibilidad de aquella del hombre que separó las aguas del mar, o del que convirtió el agua en vino.

Afanasyev llevó su queja contra la decisión de la universidad hasta Derechos Humanos, quien decidirá esta semana si procede o no por “discriminación de su fe”, pues no es justo que creyentes de otras doctrinas si puedan portar ropas y accesorios por motivos religiosos.

Ahora mismo hay un debate dentro de la Policía holandesa porque no se permite a las musulmanas portar el velo que les cubre el cabello si son agentes de policía; es decir, si son personal administrativo o de apoyo sí, pero si son agentes del cuerpo de policía, tendrían que renunciar al velo. Hay muchos policías que son musulmanes, pero los hombres no están obligados por su fe a usar determinada prenda.

Tras vetar parcialmente el uso de burkas y nikabs en Holanda el año pasado, también se dio un acalorado debate, pues mientras unos decían que quien viniera a Holanda tendría que adaptarse a las costumbres del país, en este caso, tener la cara descubierta, otros alegaban que esta medida sólo aislaría más a las portadoras de estas vestimentas, pues sus maridos y familias no las dejarían salir más a la calle.

La parodia del pastafarianismo exhibe la permisividad del argumento religioso para hacer evidente la fe que uno profesa; es difícil delimitar las fronteras entre la libertad de vestirse como uno quiera por las razones que sean, los motivos de seguridad y lo que muchos ven como una prenda que oprime a las mujeres, pero que muchas portan por voluntad propia.

Si las iglesias tienen un código de vestimenta para sus fieles, ¿por qué no habría de tenerlos un país, un cuerpo de policía o una universidad? Esta es la ironía de los pastafaris; no les gustan las concesiones a los portadores de sotanas, velos, burkas, turbantes y demás prendas y accesorios religiosos, y ahora se suman ellos con sus coladores de pasta en la cabeza. Y cuando se les niega aparecer fotografiados así en sus identificaciones oficiales, llevan sus casos a los más altos tribunales. Para ser broma, lo toman muy en serio.

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