DESDE HOLANDA

Thijs

Por Dianeth Pérez Arreola
miércoles, 8 de noviembre de 2017 · 00:32

Thijs fue compañero de mi hija menor en el primer grado de educación básica. No llegó a cumplir los cinco años. Entró a la escuela después de las vacaciones de mayo de 2016, cuando cumplió los cuatro. Ya al mes siguiente empezarían a llegar los correos donde nos informaban a los padres de familia del grupo, sobre la salud de Thijs. Ese mes fue remitido al oncólogo infantil, quien le diagnosticó un tumor en el estómago, y empezó con el primer tratamiento de quimioterapia.

En agosto vendría el segundo tratamiento. En octubre empezó la quimioterapia ahora contra el cáncer en la cabeza y en noviembre le operaron el tumor en el estómago.

En marzo y abril de este año tuvo otro tratamiento de quimioterapia, recaídas, fiebres, dolor, días en el hospital. Los escáners y biopsias ya no mostraban presencia de la enfermedad, y podía decirse que Thijs estaba “limpio”, aunque los médicos advirtieron que no había ninguna garantía de que esto fuera duradero.

Entre esto y las radiaciones que le darían para garantizar que el cáncer remitiera, Thijs estuvo muy débil en el hospital, con oxígeno, sin apetito y con el sistema inmune dañado. Aun así tenía algo de energía para seguir las clases mediantes un sistema de video.

En junio volvió el tumor en el estómago, esta vez con ramificaciones y recibió radiaciones seguido de inmunoterapia. Los médicos finalmente lo desahuciaron. Sus padres decidieron realizar su boda en el verano, que habían pospuesto el año pasado debido a la enfermedad de su único hijo.

Con el nuevo ciclo escolar mi hija pasó al grupo siguiente junto con otros trece niños, pero los padres seguimos interesados por la salud de Thijs. En octubre sufrió una inflamación del páncreas, recibió tratamiento y más radiaciones. Finalmente el viernes 3 de noviembre sucumbió al cáncer. El domingo nos envió la escuela un mensaje a los padres de familia con la triste noticia.

Mi hija pequeña llegó a nuestra cama a mitad de la noche, afectada aún por la noticia y yo me quedé despierta viéndola dormir, oyendo su respiración y sintiendo su calor, imaginando los terribles momentos que los padres de Thijs estarían viviendo desde el viernes.

Hubo un momento, antes del verano, y con todas las detalladas descripciones que recibíamos sobre efectos de la quimioterapia, recaídas, dolor, recolección de células madre y transfusiones, que me puso a pensar en dónde estaría el balance entre luchar por mantener vivo a un hijo y cuándo abandonar la lucha en vista del dolor y sufrimiento que ocasionan los mismos medios que intentan prolongar su vida.

El lunes en la escuela había un proyección de fotos de Thijs y un improvisado altar con muchas velas. La sola visión de aquello ya me puso mal. Los padres de familia del grupo de Thijs y de quienes lo fuimos el pasado escolar, estábamos invitados a tomar un café juntos en la escuela, mientras nuestros hijos eran reunidos en un grupo para hablar de su compañero, contestar las preguntas que pudieran tener y ayudarlos en su duelo.

Al acercarme al salón vi a la maestra de Thijs, ex maestra de mi hija, consolando a un niño que lloraba en su regazo. Había muchas caras serias, pero yo al ver aquello era la única que lloraba y hacía lo imposible por controlarme y pasar desapercibida. Si los padres del niño estaban presentes, no se me ocurría nada que decirles; las frases comunes suenan hasta ofensivas para su dolor. ¿Pronta resignación? ¿Cómo se le pide eso a quien acaba de perder un hijo? Mi respuesta normal hubiera sido no decir nada y darles un abrazo, pero los holandeses son campeones en desapego emocional y tampoco les gusta que los toquen. Ya lo viví con mi vecina, a la que conozco hace diez años, en el funeral de su padre. Después de las condolencias le di un abrazo y ella reaccionó con sorpresa y creo que incomodidad. No quisiera incomodar a los padres de Thijs. Para mí alivio no estaban presentes.

Solo hablé con otra madre de familia, y por supuesto sin poder reprimirme. A ella le temblaba a veces la voz, pero se mantuvo tranquila. Me pregunto cómo lo logran. El café con el resto de los padres de familia sería junto a la proyección de fotos y el altar de Thijs. Demasiado para mí. Me dí la vuelta y salí de la escuela. Había dejado de llover, el cielo estaba despejado y el sol iluminaba una bella mañana de otoño. Descansa en paz Thijs.
 

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