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¿Qué es el odio?

Por Blanca Esthela Treviño de Jáuregui
sábado, 2 de diciembre de 2017 · 00:00

Dicen que cuando el bien siente hambre, procura alimentarse hasta en los más oscuros antros, y cuando tiene sed, se sacia hasta en las aguas estancadas.

También aseguran que el ansia de bondad está presente en todos los humanos, y que esa ansia es una cascada que se precipita impetuosamente hacia el mar, arrastrando los secretos de las colinas y las canciones de los bosques. Afirman que el mal no es sino el propio bien torturado por su hambre y por su sed. Sin embargo, hablar de odio es hablar de un tema difícil, porque el odio está hecho de una materia amorfa, misteriosa, desordenada.

La conferencia internacional sobre ‘Anatomía del Odio’ reunió en Oslo a mundialmente reconocidos personajes del intelecto y el carisma. La meta era ambiciosa: desentrañar las obscuras fuerzas del odio en la especie humana, con el objeto de neutralizarlas. La conferencia agrupó por tres días a un sorprendente número de escritores -muchos ganadores de premios Nobel-, profesores, rectores y santos.

¿Qué es el odio? Con el propósito de definirlo, se dividieron los participantes en dos grandes grupos: los Subjetivistas -poetas y moralistas-, quienes buscan las semillas del odio dentro del corazón del hombre, y los Objetivistas -ecónomos, historiadores, abogados- quienes, contrariamente, citan como principal causa del odio las condiciones de la vida humana.

“Las circunstancias duras, visibles, e injustas, definen la realidad.” “Los conceptos morales son muy bonitos, pero se requiere que sean plasmados en leyes y que los gobernantes sean los primeros en acatarlas.” “De la desigualdad de recursos y la extrema pobreza nace el conflicto.”

No faltó quién dijera que el odio tiene mucho en común con el amor en el sentido de que trasciende a la persona para instalarse en otra y, para alimentarse, crea una dependencia enfermiza de la persona a quien odia. El odiador llega al extremo de ceder hasta su propia identidad en el proceso de odiar. El odiador se consume y no conoce la paz.

Alguien describió a la persona que odia: tiene cara seria, agria, se ofende con demasiada facilidad, usa palabras ásperas y malsonantes, maldice, grita, y es incapaz de tomar distancia para darse cuenta de sus propios atropellos. El odio permea todo su ser y lo ciega a toda oportunidad de cambio.

La segunda parte de la conferencia versó sobre ‘Cómo resolver el conflicto a través del diálogo y la democracia’, pero ni el uno ni la otra fue considerada como solución definitiva al problema del odio. Se llevó a la mesa de discusión, y se hizo hincapié en que la conducta de Adolfo Hitler y la Alemania Nazi nacieron a consecuencia precisamente de las elecciones libres y democráticas, y el odio que engendraron perdura aún en el corazón de los Neo-nazis. Después de mucho deliberar, los grandes llegaron a la conclusión de que para que las democracias no se corrompan con la fuerza destructiva del odio entre las facciones es necesario obtener un antídoto. Declararon que el antídoto para el odio se obtiene al reunir cinco elementos: Educación, Ley, Justicia, Responsabilidad y Amor.

Con definición o sin ella, el odio está presente en las relaciones internacionales: ojo por ojo, misil por misil. El virus del odio enferma el planeta.

En México, a pesar de las serias deficiencias en los cinco elementos que constituyen el antídoto del odio, éste todavía no se instala en la gente castigada por las circunstancias dramáticas y visibles. Son muchos los mexicanos con hambre. Pero todavía queda una brizna de esperanza en la gente del campo, donde hasta los perros y los cerdos padecen hambre. No hay odio en los ojos de los niños que cada día en mayor número se alimentan de limosnas al lavar los cristales de los coches. No se percibe el odio en la gente que regresa fatigada de fábricas y maquiladoras, aunque saben que el salario no es suficiente para mantener a la familia con dignidad. Tampoco en los desempleados. Ni en los deportados. Tal vez cuando fueron perseguidos por la patrulla fronteriza al cruzar el Bravo el corazón les dio un vuelco al sentir en ellos una mirada helada, vacía de todo calor humano. Pero sus caras no reflejan odio, todavía no, sino una enorme pesadumbre del alma.

Conclusión: “De la extrema pobreza nace el conflicto.”
El pueblo de México espera. Todavía.

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