#Columna

DÍA DEL SEÑOR

domingo, 26 de marzo de 2017 · 00:00
IV Domingo de Cuaresma Ciclo A.

"Maestro, ¿quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres? Jesús respondió; Ni él pecó, ni tampoco sus padres” (Jn 9, 1-41)

El Evangelio de hoy nos habla de la sanación que hace Jesús a un ciego de nacimiento.
La oscuridad en que vivía el ciego representa las tinieblas del pecado, la oscuridad causada por la ausencia de la gracia de Dios. Y la luz que entra en la vista del ciego recién sanado por el Señor es la vida de Dios en nosotros; es decir, la gracia.
Jesucristo, realizó muchos milagros de sanación y cada uno de estos milagros fue hecho en forma diferente: a unos sanaba porque se lo pedían; otros, como el caso de este ciego, ni siquiera se lo pidió. A unos sanaba tocándolos o dándoles la mano; a otros porque más bien lo tocaban a Él, y a otros sanó, sin siquiera tenerlos en su presencia. Con unos usaba palabras, con otros algunas sustancias. Unos se curaban enseguida y otros un tiempo después.
Lo que sí es común a todas las curaciones hechas por Jesús es que lo más importante era la sanación que ocurría en el alma del enfermo: su curación tenía una profunda consecuencia espiritual. El Señor no hace una sanación física, sin tocar profundamente el alma. Y cuando el Señor sana directamente es para que se manifieste en la persona la gloria y el poder de Dios. Y sana no sólo para que el enfermo sanado crea en Dios y cambie, sino también las personas a su alrededor.
Sin embargo, sabemos que no todo enfermo es sanado. Jesús, con su Pasión, Muerte y Resurrección, le dio valor redentor a las enfermedades y también a todo tipo de sufrimiento.
El sufrimiento bien llevado, aceptado en Cristo, sirve para santificarnos y para ayudar a otros a santificarse. No es que sean fáciles de llevar las enfermedades -sobre todo algunas de ellas- pero son oportunidades para unir ese sufrimiento a los sufrimientos de Cristo y darles así valor redentor.
Es por ello que después de Cristo, ya los enfermos no son considerados como personas malditas por el pecado propio o de sus padres, como sucedía antes de la venida del Señor.  De allí la pregunta de los Apóstoles al encontrarse al ciego: "¿Quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?”, a lo que Jesús responde: "Ni él pecó ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios”.
Las enfermedades más graves no son las del cuerpo, sino las del alma. Por eso la sanación fundamental es la sanación interior. Esta puede darse, habiéndose sanado el cuerpo o no. Muchos enfermos se han santificado con su enfermedad.
En el caso del ciego de nacimiento del Evangelio de hoy, vemos que este hombre fue de los que ni siquiera pidió ser sanado, pero que el cambio más importante se realiza en su alma.
Termina el ciego de nacimiento por postrarse ante Jesús, reconociéndolo como el Hijo de Dios, en cuanto Jesús le revela Quién es. El ciego, que ya no es ciego, cree en Jesús y confía en El. Y cuando se le revela como el Mesías esperado, el ciego que ahora ve cree, postrándose, lo adoró.
Es lo que nos falta a nosotros: postrarnos en adoración. Reconocer que Dios es el Señor de nuestra vida.
Que Dios con su infinito cure nuestra ceguera, que nos bendigas siempre con su luz.

Por:
Padre Carlos Poma Henestrosa
cpomah@yahoo.com

...

Comentarios