POR SI LAS MOSCAS

Castillos de arena

Por Laura Monzón
viernes, 25 de agosto de 2017 · 00:00
En estos últimos años hemos sido testigos de cambios bastante radicales y contrarios hacia la idea de un mundo globalizado y unido bajo la premisa del respeto mutuo. Los ideales de paz, libertad y tolerancia, que se alzaron victoriosos con la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989, se están desmoronando como un castillo de arena a merced de las olas del mar en una noche de tormenta.

La idea de una nueva era de igualdad y conciliación, forjada por jóvenes hastiados de los ideales capitalistas, bélicos y voraces, que se levantaron en los años posteriores a las guerras mundiales, se está viniendo abajo.

El Brexit, la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, los atentados del Estado Islámico en ciudades europeas, las amenazas de grupos radicales, las migraciones multitudinarias de países sofocados por las ideologías extremistas, el resurgimiento de regímenes fascistas…

¿Qué pasó? ¿En qué nos equivocamos las generaciones que nacimos cobijadas bajo el manto de la posmodernidad?

Buscando ser diferentes a nuestros padres, más flexibles y libertarios, nos salió el tiro por la culata. Nos volvimos más inseguros, pueriles y desinteresados. Ya no había un porqué del cual aferrarse para soñar con una realidad mejor a la que nos enfrentábamos día con día.

El socialismo y el comunismo, esas teorías políticas de igualdad económica y social, se desparramaron en un autoritarismo imposible de mantener, sin que la mitad de la población saliera corriendo del país en cuestión.

Las religiones están cayendo por su propio peso, fragmentándose en cientos de sectas de charlatanes que adoran extraterrestres, lideradas por mesías modernos que llevarán a la humanidad al éxtasis del paraíso.

Los textos históricos y literarios dejaron de tener autoridad; no son tan objetivos como pensábamos, porque muestran sólo la "intención” del autor, sus prejuicios y no lo que "sucedió en realidad”. A cambio, permitimos que surgieran cualquier cantidad de libros pseudocientíficos, engañosos, de autoayuda, que nos confundieron, nos llevaron hacia la incertidumbre y al individualismo.

Nos desencantamos del mundo y dejamos de creer en el sistema, en el orden universal y en la cohesión. Ahora buscamos ser únicos y originales: "Yo tengo derecho a ser como soy, a pensar como pienso, y los demás deben respetarme, porque sí”.

Pensamos que la forma más idónea para escapar del mundo es moldeando nuestro pensamiento a través del lenguaje, adaptándonos a lo políticamente correcto, en vez de buscar transformar la realidad misma.

Según nosotros, la verdad única no existe, todo es cuestión de perspectivas, de lo que creemos que es, lo que nos parece de que debe ser, y no lo que es per se. Sin embargo, no podemos reemplazar la lógica por la emoción, ni la razón por la ignorancia. El monstruo no desaparecerá si lo dejamos de llamar monstruo.

El mundo no siempre será bello ni justo y la vida no nos hará felices todos los días. No podemos ensimismarnos buscando defendernos del exterior ni llamar intolerante y fascista al que no piensa igual.

Necesitamos del debate, de la contrariedad, del desencanto, de la desilusión; aprender de los demás y escuchar puntos de vista diferentes a los nuestros, para entender el por qué. Debemos buscar la comunicación, hacer del otro partícipe de lo nuestro, para mejorar las cosas.

Tumbar estatuas, pedir que se eliminen pasajes de la historia, obviar los sucesos trágicos y contrarios a lo que nos parece que debe ser es muy infantil y absurdo. Lo hecho, hecho está, y allí permanecerá.

El pasado no puede cambiarse, pero tampoco debemos olvidarlo. Al contrario, hay que tenerlo presente y aprender de él, para no repetir nuestros errores, como estamos haciendo ahora.

Nos estamos perdiendo.

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