OPCIONES

Despertando a la vida

Por Blanca Esthela Treviño de Jáuregui
sábado, 13 de enero de 2018 · 00:00

Los días pasan ciegamente ante nosotros. Nos sentimos inseguros respecto a lo que el gobierno pueda ofrecer a nuestra nación que está herida, inquieta, fatigada. Nosotros, los ciudadanos, ¿qué tenemos que hacer para influir positivamente en la renovación de las fuerzas vivas de la población en un mundo rebosante de distracciones, inundado de preguntas, y sacudido por la agitación y la pobreza desesperada de muchos?

Cuando una nación padece las consecuencias de los errores cometidos en su administración y en su política, los ciudadanos ponen toda su esperanza en un cambio. Pero un cambio exige gran coraje y determinación de los que desean llevarlo a cabo. Y aunque son muchas las personas que desean el cambio tanto en el mundo exterior como en su propio mundo interno, no están dispuestas a soportar los grandes dolores que deben precederlo.

Si observamos cómo efectúa la naturaleza el proceso de renovación, descubriremos que salir del camino errado exige energía, esfuerzo y penalidades. Los ríos en los climas muy fríos se congelan en invierno, y en la primavera el crujido del hielo que se derrite origina un estruendo de increíble violencia. Cuanto más extensa y prolongada es la congelación, más estrepitoso será el deshielo. Sin embargo, cuando terminan esos crujidos, esa época de rompimiento y violencia, el río se abre como dador y portador de vida. Es el momento de renovación, de vida nueva, de un nuevo comienzo.

Cuando la renovación requiere un cambio de actitud y de conducta de todos sus ciudadanos, es necesaria una cuidadosa planeación para lograr el éxito: asegurar que se esté realmente convencido de que es urgente un cambio, y que éste es posible. Es indispensable lograr la participación de otros en el proceso de cambio, y determinar qué se quiere cambiar, porqué, cómo, cuándo y dónde.

La diferencia en alcanzar el éxito o el fracaso está en que cuando fracasamos, fijamos toda nuestra atención en los obstáculos, y cuando triunfamos, toda nuestra energía es canalizada a lograr el objetivo. Cuando cambian los individuos, cambian las naciones.

Se requiere de una revolución pacífica, de una revolución silenciosa en el sistema de pensamiento que se inicie en los hogares, en las aulas, organizaciones, instituciones, en las series televisivas. Para llegar a ser una nación productiva, México necesita un cambio planificado en todas sus estructuras, y eso solo se puede lograr transformando conciencias y corazones. La participación ciudadana en lugar de la pasividad es el factor determinante.

Nuestro pueblo mexicano es una inmensa y preciosa águila dormida, con miles de posibilidades, que es necesario despertar para enseñarla a volar. La visión mental de un futuro luminoso hará que nos sobrepongamos a los obstáculos de nuestra condición presente. Es necesaria una renovación total de actitud que transforme el hielo en agua, lo seco en verde, la muerte en vida.

La resurrección de un pueblo comienza nutriendo la mente de niños, jóvenes y adultos con ideas, opiniones y datos que fomenten una estructura de pensamiento basada en el bien común. Esta lluvia de ideas penetra hasta tocar las fibras más profundas del ser; así nace la voluntad de sostenerse sobre los propios pies y marchar adelante. La dificultad de la tarea no importa, es inmaterial. Lo que importa es llegar a la meta y estar encaminado hacia ella. Ésta actitud de lucha produce el clima propicio para el cambio.

Es cierto que se encuentran obstáculos que no se pueden ignorar, pero es necesario sostener el ojo en el objetivo, y buscar la manera de sacarles la vuelta, brincarlos, o enfrentarlos.

El proyecto de crear la sociedad justa y digna que todos merecemos es una idea exageradamente ambiciosa, pero por ser tan grande, va a generar una gran energía en cada uno de quienes amamos nuestra patria.

No hay invierno que dure eternamente, ni tampoco primavera que deje de sucederle.

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