DESDE HOLANDA

Estar sin ser, ser sin estar

Por Dianeth Pérez Arreola
miércoles, 23 de mayo de 2018 · 00:00

He vivido en Holanda los últimos quince años. Como voy cada Navidad, mido el tiempo en Navidades; ya casi es, entonces estoy emocionada. Acabo de regresar, entonces falta una eternidad para volver. Yo soy afortunada, porque hay compatriotas que van cada 3, 5 o más años. Yo, si no voy me muero. Necesito agarrar fuerzas para aguantar a los holandeses otro año más.

Si las cosas fueran bien con mi familia política, tal vez vería las cosas de otra manera, pero no es así. No es que nos odiemos, pero han fallado olímpicamente en hacerme sentir bienvenida, querida, aceptada y yo procuro verlos lo menos posible.

Como justificación a sus pocas habilidades como anfitriones, diré que viven en un pequeño pueblo en el norte de Holanda, que pocos de los cinco hermanos y tres hermanas de mi marido han cruzado el Atlántico, y que nunca habían tenido la oportunidad de convivir con algún extranjero.

Solo mi marido y uno de sus hermanos viven en otra ciudad. Los demás siempre han vivido en el pueblo. Cuando recién llegué todos me preguntaban cosas en inglés sobre el lugar donde vivía. Luego, saciada su curiosidad, pareciera que hubieran acordado volver a hablar conmigo una vez que yo aprendiera holandés, y mientras tanto pasaba las fiestas familiares sentada en un rincón, viendo las paredes.

Una vez que aprendí holandés, nada cambió. Apenas hace dos años, estaba sentada junto a una de mis cuñadas y después de hablar toda la tarde, me dijo “qué bien hablas holandés”, y yo pensando “pero si ya tengo 13 años aquí y apenas te das cuenta”.

El año pasado les dije que en unos pocos años regreso a México, y se mostraron sorprendidos. ¿Cómo esperan que me sienta integrada a un país cuando ni siquiera me siento integrada en su familia?

Claro que esta no es la principal motivación que tengo para volver, en todo caso es la última. Ya pasé por sentir tristeza, odio y frustración por la casi inexistente relación con mi familia política, pero ahora francamente siento indiferencia, y lo que ellos piensen sobre mis decisiones, me tiene sin cuidado. Entiendo que serán muy europeos y muy holandeses, pero también son unos rancheros que han vivido en su burbuja pueblerina toda la vida.

Requiere de gran temple aguantar estas actitudes estando tan lejos, y es curioso cómo somos dos culturas completamente diferentes en lo que a hospitalidad se refiere. Los propios holandeses aceptan que es muy difícil hacer amistad con ellos, pero además los holandeses son tan reservados que ni con sus amigos hablan de cosas muy profundas, como depresiones o problemas económicos; estos temas no los tocan ni con la familia.

Yo me imagino México como una casa, donde tocas la puerta y te abren, te ofrecen que te sientes, te ofrecen algo de tomar y luego platicas y platicas. Si Holanda fuera una casa, tocas la puerta, te abren, te dicen “pasa” y luego el anfitrión desaparece. Depende totalmente de ti, si no eres tímida, animarte a ir a la cocina y tomar algo de beber, o quedarte ahí sentada esperando que se cumplan lo que para ti son las reglas básicas de la cortesía y la buena educación. Ahora entiendo la buena fama de amistosos y cálidos que tenemos los mexicanos.

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