DESDE LA BANQUETA

El delirio… otra vez

Por Sergio Garín Olache
jueves, 24 de mayo de 2018 · 00:00

Política y delito y delirio, es un libro viejito de José Woldenberg, Cal y Arena. Una historia siniestra, en donde relata el secuestro en 1985 de Arnoldo Martínez Verdugo, ex secretario general del Partido Comunista Mexicano, cuyas aguas confluyeron en el Partido Socialista Unificado de México, PSUM, (luego en el PRD, hoy en Morena) y candidato a diputado cuando cinco hombres armados lo sacaron de sus oficinas, el Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista, del que era director.

Los secuestradores dijeron pertenecer al Partido de los Pobres, PDLP, fundado en Guerrero por Lucio Cabañas. Éste había obtenido, en 1974, un rescate de 50 millones por liberar al senador Rubén Figueroa, candidato a gobernador de Guerrero, secuestrado en la sierra.

Allí comienza una historia de dineros enterrados y otros perdidos que se lleva el libro entero. Muerto el guerrillero Lucio Cabañas en tiroteo con el Ejército, hay quienes se reivindican como sus herederos, ideológicos y económicos, tienen un Tribunal Revolucionario y una Brigada de Ajusticiamiento. Exigen la devolución de cinco millones entregados “en resguardo” a un miembro del PC, Félix Bautista, quien al ser secuestrado incurrió en “resistencia a la autoridad revolucionaria”.

En respuesta al desplegado “Por la defensa de la vida de Arnoldo Martínez Verdugo”, fulmina el Partido de los Pobres:

“El poner en tela de duda (sic) una acción de nuestro Partido, contemplada en nuestros estatutos, como es la ejecución, están soslayando un principio que es el respeto, y se inmiscuyen también en asuntos internos de nuestro Partido...”. Muy claro: dudar de la justicia revolucionaria impartida por quienes se denominan Partido de los Pobres es inmiscuirse en sus asuntos internos. Pues sí... ¿y?

Concluyen con un escalofriante: “No ajusticiamos así nada más”. No, no: abren un expediente, el acusado tiene defensa ante el Tribunal Revolucionario. Y nadie tiene derecho a rechazar su sentencia. Sus estatutos no incluyen apelación.

Luego de recibir 100 millones en efectivo, entregados por orden del presidente De la Madrid al secretario de Finanzas del PSUM, Jorge Alcocer, el PDLP liberó a Félix Bautista y a Martínez Verdugo. El relato de Alcocer lleva al lector por una novela de misterio: renta de autos, bosques en la niebla, ropa convenida como identificación, millones dejados entre matorrales. No hubiera sido posible tener ese dinero, y en efectivo, sin la autorización e instrucciones expresas del presidente Miguel de la Madrid dice Jorge Alcocer: “Nunca les agradecimos públicamente por el apoyo para pagar el rescate; Nunca es tarde para hacerlo”.

¿Historia vieja? Por desgracia no, pues todos los días vemos surgir nuevos “tribunales” que dicen representar al pueblo: negociadores enviados a Atenco por el gobernador de entonces del Estado de México, Peña Nieto, atados, golpeados y rociados de gasolina por “el pueblo bueno” representado por Ignacio del Valle y sus macheteros; brigadas justicieras que destrozaron el centro de la capital en su protesta contra el candidato que ganó por 3 millones 300 mil votos: nos siguen sobrando tribunales revolucionarios y brigadas de ajusticiamiento. Historias que le encantan hasta el delirio a la izquierda mexicana.

Woldenberg hace un relato sin intervenir: notas de prensa, comunicados, actas de sesiones. Y una breve síntesis final.

Va un resumen:
El PDLP no sólo estaba convencido de que cometer delitos estaba justificado por una causa superior. De hecho, para ellos no eran delitos, sino fórmulas legítimas según sus objetivos. Su persuasión de que en aras de la revolución todo le estaba permitido -desde secuestros hasta asesinatos, pasando por la construcción de cárceles del pueblo o juicios revolucionarios- dio pie a un discurso cerrado, enajenado, delirante.

Nadie puede asegurar que no se pueda caer en lo mismo. Cualquiera sugestionado en extremo por sus ideales puede verse en una situación similar. Quizá todo aquel persuadido de tener toda la verdad y de encarnar las metas superiores de los hombres, tarde o temprano acaba lindando con el delirio. El delirio del peje quien padece la enfermedad es de otra categoría, tiene otra fuente, es un sentimiento de culpa que está expiando… lo platicamos en el siguiente texto.

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