ANDANZAS ANTROPOLÓGICAS

La empresa y el desarrollo social

Por Enrique Soto*
jueves, 24 de mayo de 2018 · 00:00

En ruta hacia el trabajo decente

El desarrollo económico en algunas de las principales ciudades del Norte de México es evidente. Ciudades como Tijuana, Monterrey, Chihuahua y otras están inmersas en profundos procesos de urbanización en pos de convertirse en ciudades modernas activamente relacionadas con un mundo globalizado. El capital y la gran producción de algunas de las más importantes empresas se evidencia en los grandes desarrollos inmobiliarios sede de sus actividades productivas, plantas industriales y edificios corporativos florecen día a día. En estas ciudades, las tasas de empleo -indicador que habla de la relación entre la población ocupada y la población económicamente activa- son altas; esto quiere decir que la mayoría de la población en edad de trabajar, tiene un empleo ya sea por contrato o de manera independiente.

Pese a este panorama, en estas mismas ciudades, la delincuencia, la violencia y el desencanto que se deriva de la falta de oportunidades de encontrar un empleo satisfactorio y bien remunerado son la cotidianidad sobre todo para las nuevas generaciones. En estas mismas ciudades, la tercera edad tampoco goza de los beneficios de esta salud que manifiesta la macroeconomía corporativa, debiendo emplear su tiempo de la vejez a conseguir empleos precarizados sin ninguna condición de trabajo establecida.

Lo que tenemos en medio de estas dos realidades -la bonanza del capital y la desesperanza social- lo podemos explicar partiendo de una idea muy simple: confundimos el empleo con el trabajo, dos categorías distintas comúnmente usadas para denominar una misma actividad humana. La diferencia es básica y es cualitativa: el empleo es un trabajo efectuado a cambio de un pago, ya sea un salario, una propina, una comisión o un pago en especie. El trabajo en su acepción más general, designa al conjunto de actividades humanas remuneradas o no que producen bienes o servicios en el conjunto de una economía o sociedad y que se realizan para satisfacer las necesidades de una comunidad en su conjunto, es decir, el trabajo incluye actividades productivas y reproductivas. Más importante aún, el empleo implica una remuneración individual, el trabajo es social.

En 1999 en el marco de la celebración del aniversario de la Organización Internacional del Trabajo el entonces director de la misma Juan Sarabia, proclamó en su discurso, la necesidad de fomentar lo que el llamó el trabajo decente, una idea cimentada sobre la base de cuatro pilares básicos: La existencia de empleo pleno, la posibilidad de generar a partir de este una protección social, la necesidad de respeto a los derechos de las trabajadores y el fomento al dialogo social entre quienes integran el complejo del sector productivo social. Aclarando que en términos del empleo, no sólo se requieren empleos suficientes, es decir, garantizar el derecho y el respeto al trabajo ya sea independiente o contratado, sino que este debe contar con salario digno, seguridad en el trabajo y condiciones y ambientes laborales salubres. La seguridad social, debe asegurarse tanto para el trabajador como para su entorno. La libertad de asociación, debe asegurar sindicatos no corporativizados, que no permitan la discriminación laboral ni el trabajo infantil, en donde se puedan expresar libremente la pluralidad de ideas y desde donde se defiendan los intereses de los trabajadores y su comunidad, partiendo siempre de una posibilidad de negociación de intereses entre capital y trabajadores.

La propuesta de trabajo decente es pues una vía que dignifica y permite el desarrollo de las propias capacidades de los trabajadores en un marco de crecimiento y respeto tanto del trabajador como de la comunidad que le rodea.

* Inv. Inah-B.C./EAHNM

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