CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

Marx en el Soho

Por Rael Salvador
viernes, 25 de mayo de 2018 · 00:00

Si en un descuido, pretendiendo encumbrar el discurso a las cimas del intelecto, alguien sostiene que “Marx ha muerto”, habría que recomendarle que vea el montaje escénico de “Marx en el Soho”, y si el vuelo le da para la comprensión, que nos diga dónde diablos ponemos flores al autor de “El Capital”.

Existe en la historia de la política, a partir de la Revolución Francesa, el recurrente viraje -que no sólo es una imperfección de ruta, sino una aberración por los grados de estupidez que conlleva- que categoriza al pensamiento de izquierda como una “ideología”… ¿Una ideología fuera de moda, anacrónica, disfuncional? No, una “ideología” por el simple hecho de evocar lo político.

Si a un vecino le da por quitar el polvo acumulado en la superficie roja del “Alto” de la esquina, esa acción es un hecho político, similar al de llevar a los niños a la escuela o pagar los impuestos… ¿Entonces, por qué desatendernos del compromiso de nuestros actos en el entramado social, que no es otra cosa que la política en escena?

¿Y qué decir del pensador liberal, que no profesa “ideología” porque su función es hacer política? ¿Y cómo ubicar el pensamiento de derecha? ¿Es apolítico? ¿Y por apolítico hunde individuos y países?

Howard Zinn, a partir del legado de Marx, ha reconstruido una visión moderna de los tópicos del marxismo, repasado por el mismo Carlos -con elegante chaqueta negra, barba corta, fornido-, quien sube al estrado y nos ofrece un monólogo que, al reconstruir su vida trago a trago, puntualiza el más importante legado del siglo XX.

Una mesa, algunos libros y un cerveza infinita, metáfora deliciosa que se presenta como una barricada espiritual, sirven de utilería para, de manera por demás amena, repasemos una lección de historia internacional que tiene que ver en su totalidad con las gracias y desgracias de nuestro presente. Marx apunta como laboratorio ideológico un caldo de cultivo que lleva sus tesis sobre pensadores griegos y la experiencia drástica de su exilio en París, para después ir a dar a la cloaca que en ese siglo XIX era la dickensiana Inglaterra.

La obra inicia y, al pasear por el proscenio, ese tal Carlos esgrime la siguiente salutación: “¡Qué bien que hayan venido! No se dejaron engañar por todos esos idiotas que decían: ¡Marx ha muerto! Bueno, lo estoy..., pero no lo estoy. Aquí tienen un poco de dialéctica”.

La pieza dramática se desplaza con ironía inteligente, desde el romance con su esposa, el nacimientos de sus hijos, la idas y venidas a la biblioteca, los “parados” revueltos entre sus desechos, las embriagadoras tertulias con Proudhon y Bakunin, la inversión de la tesis de Hegel, el “Manifiesto del Partido Comunista”, firmado a la par con Engels, y el humanístico repaso laboral de la avanzada Revolución Industrial…

Anticomunista es quien no conoce a Marx, comunista quien lo ha entendido. A partir de disfrutar “Marx en el Soho”, un clavel rojo vuela al escenario. No diré nada más, sólo que próximamente el fantasma de Carlos recompensará nuestras ansias de saber marxista ofreciendo presentación en Ensenada.

raelart@hotmail.com

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