ANDANZAS ANTROPOLÓGICAS

Cuando la vida se convierte en roca

Por Biol. Andrea Guía Ramírez*
jueves, 12 de julio de 2018 · 00:00

De una u otra forma, todos en algún momento hemos escuchado la palabra fósil. Y quizás, lo primero que viene a nuestra mente es la imagen de los dinosaurios o las escenas de aquellos hombres perdidos en un desierto, sentados bajo un intenso sol, que pasan todo el día picando “piedra”. La palabra fósil proviene del latín fossile que significa cavar y hace alusión a objetos excavados o extraídos de la tierra. Así que un fósil es cualquier rastro de vida que se conservó en las rocas, desde un organismo completo hasta una huella de locomoción, como una pisada o el rastro de una serpiente. Entonces cualquier ser vivo puede transformarse en fósil, desde una bacteria hasta una ballena, peeero esto no es tan sencillo. Para que un organismo o evidencia de él se conserve y traspase los límites del tiempo – o sea que haya muerto hace más de diez mil años, porque para que se respete como fósil, éste debe tener más de ese tiempo – se deben presentar condiciones muy particulares. No en todas las rocas y todos los ambientes se pueden transformar los organismos en fósiles. Una de las primeras condiciones es que sean enterrados rápidamente, para evitar que otros organismos consuman y dispersen al potencial fósil o evitar que las huellas desaparezcan. Otro factor es que se entierre en condiciones con relativa anoxia, o sea sin oxígeno, para evitar su desintegración por la proliferación de bacterias; además, debe cubrirse con sedimento de tamaño fino, ya que las gravas o rocas más grandes pueden aplastar, deformar o destruir al organismo original. Pero además se necesita la presencia de agua, para que los minerales comiencen a reemplazar los componentes corporales del “muerto” o rellenar sus poros y/o espacios. Y si se suman todas estas condiciones podremos ver el surgimiento de un auténtico fósil, con apariencia de roca. Las plantas pierden sus componentes volátiles y sólo queda el carbón de sus cuerpos y, literalmente, es como tener una copia al carbón del organismo en una roca; a este tipo de fosilización se le llama carbonización.

Existen otras formas de conservación, en algunas se mantienen los tejidos blandos, color de pelo o plumas o incluso el comportamiento de reproducción. Una de ellas es el congelamiento, ésta no es diferente a meter un trozo de carne en el congelador, sólo que aquí es como si se nos olvidara y lo dejáramos dentro por miles de años. Ejemplo del congelamiento son algunas crías de mamuts que aún hoy conservan las características del día que murieron, ¡incluyendo incluso hasta su última comida! Otra es la momificación, es convertirse en momia, donde se pierden todos los líquidos del cuerpo y éste se conserva completo… pero sin agua; pueden conservarse por mucho tiempo -¡hasta se han encontrado algunos dinosaurios momificados!-. Una más es la inclusión en brea, un hidrocarburo (como petróleo) negro y viscoso, con la capacidad de atrapar a los organismos, quienes mueren por inanición -hambre- o por ser alimento de otros seres vivos. El ejemplo de éste tipo de conservación está en Rancho La Brea, en el corazón de Los Angeles, donde es posible observar toda la cadena alimenticia conservada en un solo sitio. Y el más emblemático –gracias a la película de Parque Jurásico- es la inclusión en ámbar. El ámbar es una resina de un árbol que al gotear por su tronco podía atrapar insectos, flores e incluso lagartijas y así conservarlas por millones de años.

Como vemos, para la formación de un fósil no es suficiente sólo con morir.

* Inv. Cinah-BC

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