BAÚL DE MANÍAS

Nuestro nerdito interior… 3

Por Ma. Cristina Álvarez-Astorga
martes, 14 de agosto de 2018 · 00:00

¡Qué caloooor, joveen! Suerte que yo sigo transcribiendo fragmentos de “¿Por qué nos gusta la música?”, del video que me recomendó mi amigote meridiano Christian Méndez. https://bit.ly/2P2Qhrr.

Los humanos nos hemos adaptado a escuchar cuerdas y columnas de aire. La mejor prueba de ello es (fíjese bien) la compresión de información sonora que hace nuestro cerebro con la información que le llega de nuestro oído. Y esa “compresión” viene siendo algo así como… “la octava maravilla”. Verá usted: En música, una octava es una medida de distancia. (Aunque, estrictamente hablando, “estar a una octava de distancia” significa estar “a doce notas de distancia”… ¿Por qué no se llama doceava la octava? Razones históricas, dicen)…

Ah, bueno. Volvamos a la octava. No se me duerma. Toque usted una progresión de ocho notas en tu tecladito. Luego, toque la misma progresión una octava arriba. Suenan igual ¿sí o no? Ahora tóquelas al mismo tiempo. Son lo mismo, dice usted. Entonces llegan los Físicos (o sea, los científicos así llamados) y dicen: ¡No son, no pueden ser lo mismo! Y tienen razón. Desde el punto de vista de las leyes de la física, no son lo mismo. Las frecuencias de la primera progresión son mucho menores que las de la segunda. ¿Entonces? Ah, pues lo que pasa es que a nuestro nerdito interior las leyes de la física le vienen haciendo lo que el viento le hizo a Juárez. ¡Y aléguele! Nuestro cerebro ha decidido que “a una octava de distancia” significa “es iguaaaaal”. Hay que estar muy orgullosos de nuestro cerebro, me cae. Él ha decidido utilizar la octava como medida de compresión. E, insisto: aléguele. Cuando la música comienza a sonar, el cerebro (bien trucha, el bato) interpreta los dos primeros sonidos armónicos como una sola nota. Esos sonidos son los que más energía tienen, son los que más información aportan (y los más necesarios)… Dicho de otro modo, está optimizado para trabajar dentro del rango de la octava. Transforma todo el espectro auditivo en paquetes de información que, para efectos prácticos, “le suenan igual”… Guau.

Podríamos decir que la música es una especie de protolenguaje primitivo presente en muchas especies (de mamíferos, hasta donde se sabe). Por ejemplo, los monos Rhesus tienen un sistema de gritos para comunicarse. El equivalente de ese sistema, para los humanos, sería ¡un sistema de canciones! Y aquí entra el espectro emocional… Por ejemplo, las ranas (excepto la rana René, que se cuece aparte) tienen un espectro emocional chiquitito. Apenas les da para distinguir entre bienestar y el miedo y nada en medio. Pero conforme avanzamos en la escala evolutiva, el espectro emocional crece. Por ejemplo, las aves, los cetáceos y los primates tienen procesos de cortejo bastante complicados y los sonidos que producen son más variados. Su espectro sonoro aumenta de manera paralela a su capacidad cognitiva. Tome usted a esas criaturas adorables, los pájaros. Tienen cantos muy variados: para el cortejo, para la comida, para la socialización, para la felicidad… Incluso, para la tristeza. Usan las notas musicales para transmitir sensaciones. Luego, en la cúspide de la escala evolutiva estamos los humanos, con un espectro de emociones y sensaciones enorme. Somos capaces de sentir (y comunicar) (de muchas maneras diferentes, además) compasión, envidia, desdén, nostalgia, etc. La música, entonces, evolucionó junto con el lenguaje…

Y hasta aquí llegamos por hoy. El próximo martes llegaré a la conclusión de este peliagudo asunto. Abur. Ya me voy por mi dopamina: https://bit.ly/2KNavCl.

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