CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

Muertos sin sepultura Jean-Paul Sartre & Jacobo De

Por Rael Salvador
viernes, 17 de agosto de 2018 · 00:00

A medias de mi formación magisterial, los noticieros internacionales dan a conocer la muerte de Jean-Paul Sartre: exhiben una larga procesión de fieles existencialistas, intelectuales de la época y camaradas maoístas. Simone de Beauvoir encabeza el cortejo fúnebre, después abrazar largo tiempo el frío cadáver del viejo mandarín, de 75 años, autor de “Los caminos de la libertad”, “El Muro” y “La crítica de la razón dialéctica”.

¿Cómo fue que Sartre nos unió? A principio de los ochenta había leído “La náusea” y “El ser y la nada”, cuando él había recorrido el mundo, becado por La Sorbonne –investigando todas las manifestaciones de la dramaturgia, leyendo como un poseído y fumando sus interminables Gitanes, todo ello sobre la fulgurante inmensidad de mares estrellados– y Ensenada lo recibía, ya que dictaría cátedra de Filosofía en la UABC, campus Tijuana.

Rodolfo Alcaraz (Jacobo De, para sus íntimos), el hombre que más aportó a mi formación intelectual, cuando apenas contaba con 23 años; políglota, rebelde, contestatario, eternamente joven, amante de la música (conocía todo: lo vernáculo, lo clásico y lo moderno), la ópera, los payasos, la gramática, el mundo Zen, el Cine de autor, las religiones universales, dilecto de la honestidad, justo como ninguno, maestro de Literatura y Arte Dramático, doctorado en las cosas más esenciales de la vida…

Jean-Paul Sartre fue el pretexto. Lo había entrevistado, convivido con él en las revueltas de Mayo 68, con cartas credenciales de haber tomado la Embajada de México en París, protestando por la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Sartre lo recibió, lo atendió y, ofreciendo respuesta puntual a cada una de sus interrogantes, le obsequió la lección más maravillosa de su vida libresca y existencial.

Sartre, en esa época, era el intelectual más respetado y la conciencia guardián de la revoluciones del mundo. Había estado con el Che Guevara en Cuba, después de construir el siglo XX, y ahora Jacobo De me mostraba la grabación de la entrevista y hablaba, emocionado, satisfecho, de lo que significó escuchar al crítico contemporánea más calificado en la mítica de las liberaciones humanas y, a la vez, orgullo de los oprimidos y los intelectuales (de izquierda y derecha por igual).

Siempre cómodo a su lado (sentía lo mismo, trabajamos muchísimo), pasamos en los años 80 largas noches bebiendo y fumando: discutiendo placenteramente sobre existencialismo, maoísmo y filosofía en general, incluida la mística. Horas interminables que, en mi presente, conforman la bondad de su herencia y configuran el rostro brillante de su sabiduría.

Dramaturgo por naturaleza, daba clases de filosofía libertaria y ofrecía lecciones de vida; yo hacía cine, antipoesía y, desde luego, al “loco” (“Pandemónium”, el registro). Sabía que venía de recorrer el mundo, pisando todos los escenarios del planeta, desde el Berliner Ensemble hasta terminar en nuestro grupo de teatro en Baja California.

Dije, “siempre cómodos”. Sí, porque yo lo busqué, me le planté enfrente y le rogué -a veces con gritos, porque creía que era mi derecho; otras, con los ojos fijos o anegados de lágrimas- que fuera mi maestro, que era su deber, que era su puto deber, “un jodido mandato del Universo”. Revisó con determinación mis guiones de cine (“Éxtasis del falso festín” y el nietzscheano “Humano, demasiado humano”) y determinó que teníamos la obligación moral de filmarlos urgentemente. Fuimos más allá de eso: formamos, con Nadia (su joven esposa), Xóchitl Campillo, Natalia Arroyo, Enrique Botello y muchos otros, el grupo “Teatro fuera del Teatro”, y nos olvidamos por un momento del precio de la película (16 mm).

Compartíamos ese mismo amor por los escritores franceses: Céline, Camus, de Beauvoir, Sartre, Marcel, el adoptivo Cioran… Henry Miller y Kerouac, vagabundos que nos conmovían hasta el ángelus matutino se encontraban en sus libreros en idioma original (inglés), además de traducidos al francés y al español, como sucedía también con la tropa existencialista.

Hay una sucesión de imágenes donde Jacobo De (Rodolfo Alcaraz) se deja fotografiar por Enrique Botello mientras nos dicta cátedra sobre “Las palabras”, la espléndida biografía de infancia de Jean-Paul Sartre. Habla, te observa, sorbe el café, reflexiona, absorbe la pipa, señala su biblioteca y, de expectación y emotividad, el mundo tiembla…

raelart@hotmail.com

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