BAJO PALABRA

Un día mejor

Por Hadassa Ceniceros
viernes, 21 de septiembre de 2018 · 00:00

Mi familia proviene de un origen pobre, no me gusta decir humilde o precario porque ambos términos se refieren a diferentes condiciones. En fin, pobre, todavía no se decía pobreza alimentaria y una serie de variantes. Fuimos una familia numerosa sostenida con el salario mínimo de nuestro padre. Alimento nunca faltó, pero muchos de los satisfactores básicos de una familia, estuvieron ausentes. Organizados en dos habitaciones, hubo espacio, eso sí, para tener cada uno una cama individual.

Teníamos un radio, a través de cuatro estaciones locales y una americana, estábamos en contacto con nuestro mundo dependiendo de la hora del día: noticieros, música romántica, mexicana o de moda, novelas románticas de día y tarde y novelas rancheras norteñas por la noche, había también transmisión del béisbol cuando llegaba la temporada del llamado campeonato mundial, era solamente de americanos, pero se llamaba -y se sigue llamando-, mundial.

Estudiamos hasta la secundaria en la ciudad, después se hicieron esfuerzos para ir a Guadalajara, Jalisco, a continuar con el bachillerato.

Considero que cada día fue mejor porque desde los primeros años hasta la preparatoria cada día fue superior, aun estando en un internado en condiciones de estrechez económica pronto obtuve un trabajo como recepcionista en un hospital México Americano, cubriendo los descansos en sábado o domingos de las recepcionistas de base, a eso le siguieron las coberturas por vacaciones de algunas empleadas de oficina por las tardes. El sueldo percibido por estas tareas me permitió disfrutar de mi segundo año con mayor holgura.

Mis días mejoraron, mi libertad y autonomía lejos de la casa paterna fueron a los dieciséis años una experiencia plena en mi exagerada disciplina de adolescencia.

Los hermanos siguieron estudios combinados con trabajos y así fuimos encontrando la vía para elegir en su momento el rumbo que intentamos darle a nuestras vidas.

La tierra nueva que significó conocer El Sauzal trajo experiencias de todo tipo, desde el encuentro con personas nobles y generosas cuya amistad aún conservamos, hasta el acoso cruel de la niñez (todavía no se llamaba bulling) difícil de olvidar también.

En tardes de finales de verano es posible recordar las calles arenosas y amplias que desembocaban en la carretera y de ahí al mar por donde era fácil decir que vivíamos “cerca en la playa”. De niños hasta el más pequeño arroyo era ya un balneario para nosotros. De entonces hasta hoy, todo ha sido mejorar, día a día.

hada5.ceniceros@gmail.com

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