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¡Sí se puede!

Por Blanca Esthela Treviño de Jáuregui
sábado, 22 de septiembre de 2018 · 00:00

Philip Staler, doctor en psicología egresado de Harvard, narra la historia de dos hombres que viajan juntos en busca de una nueva tierra de promisión de la que habían oído hablar. El cuento revela los efectos psicológicos y sociales que supone vivir en las sociedades del primer mundo. El progreso industrial y tecnológico ha sido una apasionante arma de dos filos: al resolver un problema, crea otro más sutil y peligroso. Cada etapa del progreso se convierte en un prodigioso mecanismo que, a pesar de estar programado para lograr la perfección, conduce irremisiblemente hacia la destrucción de lo humano.

Los dos hombres pobres, uno blanco y el otro negro, encuentran en el camino un brujo que les dice: “Dadme vuestra conciencia y os haré ricos y así viajaréis elegante y cómodamente”. La propuesta del brujo no le interesa al hombre negro, pero al blanco le parece bien. Tan pronto le da su conciencia, se encuentra hermosamente vestido, jineteando un fino caballo. El hombre negro continúa a pie y no puede seguir su paso y esto enfurece al hombre blanco. Se burla de sus ropas viejas y cada vez que cae le azota con su fusta. Ha perdido completamente el sentido de compasión.

Cuando el hombre negro amenaza con abandonarle, el blanco le ata al caballo y lo lleva arrastrando: tiene miedo de viajar solo. Entonces se opera un cambio en el hombre blanco. Pierde todo interés por el viaje, no disfruta de las cosas que le rodean, y su única satisfacción es compararse a sí mismo con el ‘amigo’, a quien sojuzga y trata como a un esclavo. En cada pueblo se detiene para hacer ostentación de su riqueza y aumentarla, cosa que logra jugando dinero y estafando a los lugareños.

Un día se encuentra con uno igual que él: ambos pretenden hacer trampas en el juego y terminan de pleito. De las palabras pasan a los puños, y luego a las armas. En el tiroteo mueren ambos. El hombre negro logra recuperarse de las llagas y heridas sufridas en el camino, toma el caballo del blanco y prosigue su viaje. El camino está infestado de trampas por el cual ha de avanzar el sojuzgado.

La diferencia entre el opresor y el oprimido es interna. Nada alimenta tanto la opresión como la profunda convicción del oprimido de ser incapaz de protegerse a sí mismo. Para los opresores rescatar la conciencia no es cosa fácil: se han dejado seducir por el concepto de ‘el progreso, a como dé lugar’, visión lineal con orejeras que impide ver hacia los lados o hacia atrás. No interesa a quien se oprima, atropelle, o contamine con tal de ser los amos. El cuento de Slater termina sin decir si el hombre oprimido logra llegar a la tierra prometida.

Obama no provenía de una familia influyente o poderosa, sino que representaba la condición típica estadounidense: uno de la inmensa mayoría que han dependido sólo de su esfuerzo personal en el trabajo y en el desarrollo de sus habilidades para lograr el éxito. Su carisma trascendió su herencia biológica y el color de la piel. El mensaje de Obama fue poderoso para el mundo: ‘Yes we can’. ¡Sí podemos!

Las naciones en desarrollo también podemos lograr la prosperidad, también podemos, a través de una democracia auténtica, obtener una vida digna. No es necesario sacrificar la conciencia. No es necesario vender el alma, los ideales, los sueños, contaminar nuestro entorno. Los que amamos la patria podemos cambiar el sistema de gobierno para crear un país nuevo con igualdad y justicia para todos. ¡Sí se puede! No es necesario recurrir a las armas o a las difamaciones, sino al intelecto y al corazón.

La Tierra Prometida siempre ha estado ante nosotros y es para todos. Aunque continuamos buscando el camino hacia las estrellas, éste no está oculto. Serpentea con gracia entre los espacios y relaciones que existen entre las naciones, las personas y las cosas.

Ha estado ahí desde el principio de los tiempos, pero no ha sido fácil para los humanos encontrarlo.

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