Bajo Palabra

Por Hadassa Ceniceros.
viernes, 30 de enero de 2015 · 00:00
Memoria
 
A lo largo de mi vida he disfrutado y sufrido las consecuencias de una buena memoria. En mis primeros años fue motivo de admiración para adultos especialmente profesores. Retuve poemas largos para decirlos en público, aun en aquellos tiempos de mi infancia cuando se acostumbraban los declamadores que actuaban cada palabra, a mí no se me daba eso, pero era aceptada mi forma de decirlos sin declamar. Después a la hora de estudiar en grados más avanzados la buena memoria me resultaba la mejor herramienta.
Mi padre gustaba de relatar películas que miraba en su tiempo libre. Era un hombre ameno para contar anécdotas, recordaba escenas o melodías de otros tiempos. Tuve tíos que trabajaron en los cines y eso permitía que accediéramos de cuando en cuando a ver alguna película o que al pasar a saludarlo me asomara a la sala. Recuerdo de aquellos tiempos a Rozzano Brazzi y Katherine Hepburn o a Leslie Howard e Ingrid Bergman, recuerdo alguna escena de Marilyn Monroe vestida de color rosa en un número musical.
La televisión me dio también oportunidad de poner en práctica mi memoria y mi vocación a inventar historias. Me explico: en Tijuana en aquellos tiempos no mirábamos canales de televisión en español, había algún programa los domingos con una película de Charlie Chaplin que repetían muy seguido, entonces mirábamos películas en inglés, para entonces entendía menos de veinte palabras pero me las ingeniaba para seguir alguna historia y "traducirla” simultáneamente a mis hermanos, nos gustaban las historias musicales, recuerdo "Young at heart” con Frank Sinatra y Doris Day, otras con Bing Crosby o Gene Kelly. Pasaron muchos años para que me diera cuenta que las historias eran otras en ocasiones completamente diferentes a las que yo había inventado. Mis hermanos se acostumbraron a mis relatos y hubo tiempo en que después de haber visto una película los tres hermanos mayores, mi hermana Miriam me pedía que se la contara de nuevo, lo cual hacía con mucho gusto.
Ahora, con una realidad que no brinda paisajes hermosos, quisiera inventar nuevas historias para reemplazar aquellas que duele recordar. La memoria inquieta repite una película con mucho de tragedia. Lo malo es que no encuentro con qué sustituirla. Si quisiera pensar en otra historia para jóvenes que salieron un día de sus casas para jamás regresar no puedo inventar una canción que ocupe los espacios que han llenado el dolor y la ausencia.
Los domingos por la tarde mi padre se arreglaba para ir al cine, yo le pedía que me llevara, él se negaba, me arreglaba también, él aclaraba que yo no iría con él, salía de la casa y yo salía detrás, esperaba el camión y yo me paraba alejada de él entre otras personas en la parada, llegaba el camión y antes de pasar él volteaba y me decía "súbase pues”, así íbamos al cine. Yo sonreía, tenía ocho años.

...

Comentarios