DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Por Armando Fuentes Aguirre
jueves, 18 de diciembre de 2014 · 00:00
El cuento de nunca acabar

El médico del cuartel examinaba a los reclutas y vio a uno excepcionalmente bien dotado. Le preguntó a qué debía aquello. Respondió el mocetón: "Mi familia era muy pobre y nunca tuve nada más con qué jugar”. (No le entendí)... Después del trance de amor el maduro señor le preguntó a su compañera: "¿Te gustó?”. Respondió ella: "Todavía no lo sé. Depende de lo que usted me pague”. Babalucas era miembro de la policía montada. Cierto día capturó a un ladrón famoso. Le informó su jefe: "Te voy a ascender. En adelante andarás en patrulla”. Babalucas se preocupó: "A ver si cabe el caballo”. Afrodisio le preguntó a Libidiano: "La esposa de Hornacio es rubia ¿verdad?”. Respondió el otro: "Nada más por fuera”. Don Cornulio sospechaba que su esposa le era infiel y contrató a un detective para que la vigilara. Una tarde el receloso marido llegó a su casa y sorprendió a su mujer en actividad carnal con un sujeto. ¿Quién era el tal sujeto? Nada menos que el detective. Furioso don Cornulio se dirigió al investigador: "¿Qué significa esto?”. "Señor -replicó el tipo-. Usted me ordenó que me le pegara a su esposa y siguiera todos sus movimientos”. Un paciente se quejó con el doctor Ken Hosanna: "Me siento mal”. Le indicó el facultativo: "Pues no se siente”. La madre le dijo con severidad a su hija: "Una vecina me contó que estás saliendo con Pitongo. ¿Es cierto eso?”. "Sí, mami” -admitió la muchacha-. "¡Pero, hija! -exclamó la señora-. ¡Ese hombre es casado!”. "¿Pues quién te entiende, mami? -se impacientó la chica-. ¿No me dijiste que me buscara un marido?”. Siempre y en todos los países habrá corrupción. Eso es parte de las miserias que acompañan a la condición humana. Sucede, sin embargo, que en México la corrupción es consustancial a nuestra vida pública. No pretendo arrojar culpas, pero pienso que ese mal nos llegó con los conquistadores y se fue asentando durante los tres siglos que duró la llamada colonia. Los puestos públicos se compraban y vendían; la justicia entregaba sus favores al mejor postor. Una cierta virreina recién llegada a la Nueva España hizo que sus damas corrieran la versión de que las perlas habían pasado de moda ya en Europa y que se juzgaba plebeya a la mujer que las usaba. Ahora las gemas eran lo elegante. Así, vendió a trasmano, carísimas, las gemas que había traído para tal efecto y por interpósita persona adquirió a precio vil las hermosas y ricas perlas con que se ornaban las damas mexicanas. Desde los tiempos coloniales, pues, la corrupción ha sido una de las mayores lacras que sufrimos. Se atribuye a López Mateos haber dicho en círculo de amigos una frase entre desolada y cínica: "Cada mexicano tiene la mano metida en el bolsillo de otro mexicano y ay de aquél que rompa esa cadena”. Sin embargo no debemos resignarnos a la corrupción; antes bien hemos de luchar contra ella permanentemente. Si no lo hacemos no podremos entregar a nuestros hijos una casa digna. En la noche de bodas el ansioso recién casado empezó a desvestir a su flamante mujercita en medio de encendidas caricias, arrumacos, mimos, carantoñas, ternezas, sobos y cucamonas. De pronto se detuvo y le dijo: "Lisarda: Me recuerdas el pavo de Navidad que hace mi madre”. "¿Por qué?” preguntó ella extrañada al oír esa comparación. Explicó él: "Poca carne y mucho relleno”. Rosilí fue a visitar a una amiga que había tenido bebé, pero no encontraba la clínica. Se dirigió a un joven: "¿Cómo puedo llegar a la maternidad?”. Contestó el muchacho: "Vamos a mi departamento y te daré una encaminadita”. El general revolucionario le preguntó al coronel: "¿Cuáles son nuestras fuerzas para tomar la plaza?”. Respondió el otro con marcial acento: "Mi general: Tengo 3 mil hombres montados y armados”. "Magnífico -se alegró el general-. Con esos efectivos no tendremos problemas para capturar la posición”. "No, mi general -precisó el coronel-. Tengo 3 mil hombres montados en el cerro y armados a no bajar”. Pepito estaba haciendo travesuras en el salón, como siempre. "¡Ay, Pepito! -le dijo la maestra, una joven y escultural muchacha-. "¡Si yo fuera tu mamá!...”. Respondió Pepito: "Si usted fuera mi mamá ¡las agasajadas que se daría mi papá!”. FIN 

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