Marina, la traidora

martes, 8 de abril de 2014 · 22:44
México, D.F. - Para muchos, Marina es una traidora.
Yo mismo así lo creía porque me dejaba llevar por lo que me decían los demás. Sin embargo, conforme fui leyendo sobre ella, mi percepción cambió.
Hoy entiendo que Marina no es ninguna traidora. Su nombre original era Malintzin, pero cuando se convirtió en mujer de Hernán Cortés, la llamaban Doña Marina. Hoy le decimos despectiva e injustamente: La Malinche.
Los malinchistas son aquellos que prefieren lo extranjero antes que lo mexicano. Son, a ojos de los demás, traidores de su propia raza. Sin embargo, a Marina no le dieron a escoger si quería casarse con un noble azteca o ser la amante del salvaje español. Simplemente fue entregada a Cortés como regalo. 
Pero ella no se conformó con su destino de mujer objeto para satisfacer al señor barbado. ¡Oh, no! Con mucha habilidad, más paciencia y --al fin y al cabo mujer mexicana-- mayor astucia, pasó de ser la esclava a convertirse en la conquistadora del conquistador.
Doña Marina tuvo un hijo con Cortés: Martín. Durante algún tiempo, en Coyoacán, hubo una estatua con ellos tres, simbolizando la unión de dos mundos, de dos culturas, de dos personas que hicieron un hijo juntos. 
Sin embargo, el monumento duró muy poco. Las buenas conciencias se ofendieron por el hecho de que alguien se hubiera atrevido a rendirle homenaje a Cortés y a su amante.
¿Fue Marina una traidora? Sí y no. Sí porque, evidentemente, se entregó al enemigo, al conquistador, al asesino. No porque ella supo entender que el cambio de tiempo había llegado, supo tomar ventaja y ubicarse en una posición estratégica que, les guste o no, le dio poder. Ella fue una visionaria: se adelantó a toda una nación, al unirse, en todos los sentidos, con el nuevo mundo.
Es extraño, pero las grandes transformaciones del mundo se han logrado a partir de grandes traiciones. Es decir, los traidores son aquellos que cambian las cosas que ya estaban preestablecidas, los que se rebelan, los que crean un mundo distinto.
Por ejemplo, Lázaro Cárdenas. El querido general traicionó a quien lo puso en la Presidencia: Plutarco Elías Calles. El sonorense había sido el poder detrás del poder en México durante más de 20 años. Antes de Cárdenas puso a Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez, tres presidentes de México que, en realidad, eran títeres de don Plutarco. Y se suponía que el general Cárdenas sería igual. Pero una vez que tuvo el poder, se rebeló contra el Jefe Máximo y hasta lo echó del país. Ahí ya pudo tomar el control del gobierno y convertirse en el héroe que hoy todos celebramos.
Curiosamente su hijo, Cuauhtémoc Cárdenas, también protagonizó una de las grandes traiciones de México: traicionó al PRI. Junto con Porfirio Muñoz Ledo se rebeló de la disciplina tricolor e hizo lo que ningún tricolor se había atrevido: renunció al PRI y fundó un nuevo partido, el PRD.
Por ejemplo, alguien traicionó a Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre y lo exhibió como un cerdo inhumano que obliga a sus empleadas a tener sexo con él. ¿Merece un castigo esa persona? ¡Para nada! Merece una medalla por librarnos de ese infeliz. 
Vuelvo a preguntar: ¿fue Marina una traidora? ¡Por supuesto que no! De hecho gracias a ella, hoy somos lo que somos.

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