Columnas

Crítica de la razón cínica: Aprendizaje de la muerte

Oliver Sacks (1933-2015)
lunes, 31 de agosto de 2015 · 00:00
Por: Rael Salvador

 
 
En un trabajo especial, Palabra publicó en su número 203 (febrero 22 de 2015) la carta (en la oportuna traducción de Iliana Hernández Partida) donde Oliver Sacks nos ponía al tanto, de manera lúcida y aún acogedora, del advenimiento de su muerte: múltiple metástasis en el hígado indicaba que su suerte había terminado.
 
En la misiva advertía: "Nueve años atrás se me descubrió un tumor raro en el ojo, un melanoma ocular. Aunque la radiación y láser que se utilizó para removerme el tumor terminó por dejarme ciego de ese ojo, sólo en casos muy raros dichos tumores se diseminan. Estoy entre el 2 por ciento de los desafortunados”.
 
Sin rasgo de autoconmiseración, reconociendo la gratitud que debe a la existencia, escribe una especie de Testamento de Vida todavía como uno de los grandes escritores sinceros de nuestro tiempo: "No puedo pretender que no tengo miedo. Pero el sentimiento predominante en mí es el de gratitud. He amado y he sido amado; se me ha dado tanto y he dado algo de vuelta; he leído y viajado, pensado y escrito. He hecho el amor con el mundo, ese amor tan especial del escritor con el lector.
 
Pero por encima de todo, he sido un ser consciente, un animal pensante en este hermoso planeta, que en sí mismo ha sido un enorme privilegio y aventura”.
 
Este domingo 30 de agosto, timbrando en toda la prensa mundial, amanecemos con el desenlace que nos había advertido: "Ha muerto Oliver Sacks”.
 
Es triste y aleccionador, pero sobre todo… desolador. 
 
Triste, porque sabemos que el silencio vivo comunica más que la ausencia total de ese silencio: sin sentido ya, negado a la perspectiva, sin correspondencia posible.
 
(Parados sobre el montículo mortuorio, o frente a la urna de cenizas o la imagen amada -donde no dejará de sonreírnos-, proferiremos preguntas que quedarán sin respuesta, donde un silencio -no del todo estéril- nos invitará a contestarlas por nosotros mismos, arriesgarnos al estudio y la investigación, a procurar un buen estilo y difundir intuiciones, caladas a la ciencia y a la poesía, que aporten deslumbramiento y saber a la humanidad.)
Aleccionador, porque contamos con sus libros, sus artículos, su presentación en diversas pantallas, que nos muestran a un Oliver rebosante de energía: parlante, abierto, bromista, seductor, brillantísimo... La posibilidad que nos hereda es esa misma que hace posible en su persona y en su escritura, en su arrojo y interlocución feliz.
 
Desolador, porque rodeado de tanto idiota, esforzándose duramente por no dejar de serlo, la muerte pretende la galantería de la ilustración e incrementa la ausencia de los que realmente saben y respetan esa sabiduría. 
 
Uno se queda sin quien dialogar, sin respuesta a los correos pendientes, a los encuentros programados, pero sobre todo a lo que la paradójica muerte ya no nos puede ofrecer...
 
Conservo muchos recuerdos. 
 
Todavía guardo "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”, en la ahora extraña presentación de Muchnik, quien dio a conocer en español a Oliver Sacks, antes que la editorial Anagrama.
 
Se encuentra subrayado con generosidad, tinta turquesa y esmeralda, en un tiempo que pretendía encontrar un vínculo de la vibración gutural en el síndrome Down y una determinada técnica tibetana relacionada con la oscilación de los sonidos, sobre todo con la del cuenco tradicional. 
 
Aprendizaje para un antropólogo en Marte.
 

raelart@hotmail.com

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