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La educación en la pobreza genera pobreza de educación

Por Rael Salvador
lunes, 8 de febrero de 2016 · 00:00
El profesor, como el campesino y el pescador, tiene una relación íntima con la materia que utiliza.

Bien se podría decir, que dicha relación es similar al contacto que manifiesta el escultor con su obra, el pintor con su creación o el músico con su instrumento.

 

Tanto para el artista, como para el campesino y el pescador, la garantía del resultado se encuentra sujeto a la visualización del objetivo.

 

También lo debe de ser para el profesor.

 

La educación, más arte que ciencia y tecnología, toma sus atributos del contexto en que se desenvuelve: si la educación en la pobreza genera pobreza de educación, la educación en la riqueza debería de procurarnos cierta riqueza.

 La agricultura no florece sobre las piedras, ni tampoco la pesca es una aventura entre dos ríos. Nos engañaríamos en pensar que la educación, por sí misma, nos garantiza aprendizajes esperados.

Pareciera que la educación está destinada a los alumnos, pero no es así: se encuentra al servicio de los adultos, que son quienes ofrecen la enseñanza.

 

Un profesor desinformado es como un niño.

 

Y a un niño se le educa.

 

(Se deja de ser infante a través de la instrucción, que no es lo mismo que dejar de ser animal a través de la domesticación.)

 Al educando se le transfieren los conocimientos, valores y costumbres para que se desempeñe de acuerdo a intereses preestablecidos: metas y fines que hacen progresista a cualquier tradición o innovación.

¿Para qué otra cosa educamos? ¿Para qué otra cosa se reciben clases, cursos, capacitaciones, talleres y asesorías?

 

Se pueden utilizar los avances digitales en el auge de la tecnología, pero eso no remplaza la cultura clásica cifrada en el legado obras maestras: tanto las de orden científico, como las literarias o las artísticas (desplegadas en un catálogo de funcionalidad civil y de herencia familiar).

 

Si en su crisis de aprendizaje, lo anterior es ignorado o desconocido por el profesor, se le tiene que educar en su adultez; de ahí la justificación para nivelar el rezago de conocimientos, el analfabetismo tecnológico y las ausencias y lagunas en los múltiples saberes de las ciencias y las humanidades.

 

Esto parecerá paradójico, pero con lógica siniestra y argumentos absurdos es lo que a diario se intenta ocultar en el ambiente privado de los profesores: no en el aula, sino en el despliegue de su simulación.

 De ahí que la exigencia sea pública (clamor añejo que surge de las falsas estadísticas de la SEP) y así el revisionismo de la base magisterial, vía exámenes manipulados, se lidie en coherencia y se ofrezca de la A a la Z, que incluye a las autoridades de alto nivel jerárquico: inspectores, jefes de departamento y encargados de sector; es decir, a la principal camarilla responsable de vigilar la educación, para que todo este engaño impune que ocurre en lo político no se continúe suscitando en materia educativa: tener a profesores como alumnos y a los verdaderos alumnos como rehenes de su ignorancia.

raelart@hotmail.com

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