Columnas

ECONOMÍA Y POLÍTICA: La aldea progresista

Cunden los hipócritas y perversos que bajo el progresismo han hecho el negocios de su vida manipulando la ignorancia y la miseria. Arcángel Rojo.
lunes, 30 de noviembre de 2015 · 00:00
En una alejada localidad peninsular ubicada en la dimensión desconocida, una comunidad integrada por amantes de la vida silvestre, bicicleteros enemigos de los combustibles fósiles, periodistas anti sistémicos, refinados intelectuales, aduladores a sueldo, así como de libres pensadores, constituyeron su aldea progresista, blindada contra la tecnología rapaz o de lo que usualmente se conoce como modernidad.

En la aldea progresista están prohibidos los vehículos motorizados, excepto los que pudieran movilizarse con energía eólica, sólo se permiten bicicletas y carros de tracción animal, patines y patinetas no circulan porque no existen calles pavimentadas ni banquetas para evitar con ello la contaminación del subsuelo.

Como se consideran una aldea autónoma siembran su propia marihuana orgánica, siendo junto con la vid los únicos cultivos permitidos con fines recreativos, aunque algunos más tolerantes consumen cerveza – artesanal por supuesto – y de vez en vez fuman habanos provenientes de tierras progresistas.

En la aldea progresista se prohíben las actividades industriales, sólo las artesanales, siempre y cuando los materiales fueran locales y consumidos sustentablemente, aunque prefieren que sus recursos se destinen a la contemplación; ni siquiera quieren barcos frente a sus playas, solamente panguitas para salir a pescar y con vara, porque hacerlo con redes u otras artes depredadoras es un autentico crimen de lesa natura.

El combate a la pobreza en la aldea progresista tiene un amplio espacio en el discurso oficial, mas si para combatirla se requiere crear empleos invirtiendo en la industria, ampliaciones portuarias, vías férreas, campos de golf diseñados desde el imperio ¡pues NO! Que se aguanten los pobres y que éstos alimenten su espíritu contemplando la naturaleza, mientras sus recursos permanecen santificadamente ociosos.

En la aldea progresista se cocina con leña; usar gas – menos el que llega por tubería – es una ofensa porque es poner una bomba de tiempo constante a su lado. Eso sí, los progresistas gustan de tertulias literarias amenizadas con cannabis, vino o cerveza artesanal, a las que se asiste con el atuendo más andrajoso posible, esa es la moda; ya bien servidos, algunos se recuestan en la tierra para observar la luna y las estrellas pasando, bajo los influjos de lo inhalado y/o ingerido, de la astronomía a la astrología.

Como en los países progresistas, en la aldea están limitados la radio, la televisión y el internet. Sólo se permiten escuchar o leer a Carmen Aristegui, Ricardo Rocha, Federico Arreola, Lydia Cacho y todos aquellos que publiquen en La Jornada, Proceso, Reporte Índigo, el sendero del Peje o cualquier otro periodista y medio de comunicación enemigo del establishment al cual los progresistas iluminatis combaten con enjundia en solidaridad con aquellos valientes desarrapados que se le enfrenten.

Queda prohibido ver, leer o escuchar a López Dóriga, Javier Alatorre, Ciro Gómez Leyva, Pepe Cárdenas, Ruiz Healy, Denisse Maerker, Arturo Arroyo, Víctor Alarcón, Arturo López Juan; no se permite leer El Universal, Diario Reforma, Milenio, El Mexicano, Frontera o El Vigía. ¡Qué barbaridad!

Porque ser progresista es tener la capacidad de convertir a porros que incendian gasolineras y roban autobuses (y víctimas de los malandrines), en mártires del progresismo por culpa del Estado; de justificar el anarquismo encapuchado como el recurso legítimo de las masas proletarias para hacerse escuchar, y de presentar al terrorismo islámico como justiciero mundial en contra de la rapaz y pecadora globalización.

Además, un periodista progresista es aquel que le reclama al gobierno para que le comparta su presupuesto de publicidad institucional, es decir, quieren que el gobierno pague para que le peguen, porque eso sí es libertario; otros, aceptan del gobierno títulos académicos "patito” para ostentarse como licenciados sin mayor mérito que haberse apuntado en una lista de amiguis de políticos chayoteros.

También un comunicador progresista es como aquel que con su doble nacionalidad, siendo gringo es republicano y como mexicano es líder de Morena; o como el que manipulando ignorantes en la TV se convirtió en senador y gracias a la mala suerte de alguien, y hoy es ejemplo de los aduladores a sueldo, quienes usando medios de comunicación de cuarta categoría, tratan de proyectarse al estrellato político.

Para ser progresista no importa ser un barbaján y analfabeta funcional si se tiene la habilidad de enriquecerse manipulando la ignorancia y necesidad de los más desposeídos, viviendo a todo lujo gracias al dinero obtenido del gobierno al que en el discurso se combate, pero con el que en los hechos se alía; sobran los corifeos rastreros que conviertan esas leperadas en una virtud.

También, en el discurso progresista se arguyen los derechos humanos para promover la unión legal entre personas del mismo sexo, así como legalizar el aborto; pero sataniza a quienes haciendo uso de las mismas libertades piensan distinto; el progresismo pues, se muestra intolerante con los "reaccionarios”.

Para los varones progresistas es bien "cool” hablar de los derechos de la mujer y manifestarse contra la violencia hacia ellas; la cuestión es que algunos no respetan ni a su propia mujer porque las abandonan, o la engañan con otra y hasta tienen hijos fuera del matrimonio, y cuando alguno de ellos es señalado de acoso sexual, hasta las mujeres "activistas” se quedan calladitas, sirviéndoles de tapaderas junto con sus amiguitos mercachifles de la comunicación; es decir, son progresistas campeonísimos de la doble moral.

La única diversidad en la aldea progresista es en su culto religioso; algunos veneran a su infalible  mesías cuya necedad por ser presidente lo lleva a confundir su arcaico autoritarismo con una democracia chabacana; en cambio hay progresistas que idolatran a los analfabetas funcionales surgidos de los arrabales de la política, quienes a pesar de su gran parecido al pithecanthropus erectus, mediante el uso del fotoshop e inserto en ropa fina y con perfume caro, lo proponen cual guapo héroe del populacho.

Para los progresistas existe un onceavo mandamiento y un octavo pecado capital. El onceavo mandamiento dice: "No tendrás tratos con los cochinos capitalistas”. En tanto, el octavo pecado capital es la globalifilia: La aceptación de la modernidad y las inversiones del "imperio” en territorio propio. Por eso eventos como la Baja 500 y la Baja 1000 son rechazados, ya que su aceptación implica tratar con capitalistas y aceptar que vengan a invadir el territorio depredando lo destinado a la contemplación.

Tan fuerte es la ideología progresista que no acepta debatir con otras formas de pensamiento a las que considera derechosas y descerebradas, de pobre nivel intelectual  y contrarias al promisorio futuro del pueblo bueno; pero lo que no entienden los residentes de la aldea progresista es su verdadera dimensión.

Efectivamente, por más que crean ser una mayoría, no pasan de ser una minoría ruidosa que quiere vivir en un mundo de juguete, en donde fumar marihuana y la promiscuidad son sinónimos de libertad; pero lo peor, es no darse por enterados de que más fuerte que su aldea progresista, es la aldea global. Al tiempo.

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