Ahí siguen

miércoles, 9 de abril de 2014 · 22:57
Hace siete años, en este espacio El Vigía anticipaba lo que pasaría si no se controlaba el número de personas que se dedica a limpiar vehículos en la vía pública, sobre todo en la zona turística y comercial de este puerto.
Un trapo viejo y sucio es su único instrumento de trabajo y por lo general no gozan de la simpatía popular. La mayoría, por no decir todos, provocan temor y malestar entre las personas a quienes ofrecen servicios de limpieza y vigilancia de automóviles. 
Desde hace 15 años los limpiacarros son un ejército que invadió silenciosamente el primer cuadro de la ciudad, los principales cruceros, estacionamientos de centros comerciales, tiendas de conveniencia, frentes de restaurantes, cafés y farmacias. 
Comparten espacio y se disputan la clientela con vendedores de flores, payasos, distribuidores de propaganda comercial y representantes de supuestas casas de rehabilitación que ofrecen dulces. 
Siempre están presentes en los lugares de mayor concurrencia. Sin embargo, su aspecto no sólo intimida, avergüenza. 
No faltan las voces que exigen al gobierno municipal que la policía los retire de la vía pública, porque se sospecha que son los autores de los famosos cristalazos a vehículos estacionados para apoderarse de objetos dejados en su interior. 
Basta recordar que hace varios años se tuvieron que derrumbar las bardas del parque denominado "Ciudades Hermanas”, ubicado en el corazón de la zona turística de Ensenada, debido a que tras esos muros se ocultaban delincuentes disfrazados de limpiacarros, quienes cometieron infinidad de asaltos en contra de visitantes extranjeros. 
La mala fama persigue a esta triste clase de servidor público. Muchos son drogadictos y varios mueren al poco tiempo por su adicción a las sustancias prohibidas. 
No se necesita ser adivino para saber que el dinero que reciben de los automovilistas lo destinan para adquirir la siguiente dosis; pero todos nos hacemos de la vista gorda. 
La presencia de tantos limpiacarros es hoy un problema de seguridad pública, y así lo reflejan las estadísticas.
La solución no consiste en desaparecerlos por la fuerza del panorama urbano. El problema es de fondo, porque son el último eslabón de una cadena que la autoridad y la sociedad no se atreven a romper.

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