Sólo... ¡déjate llevar!

domingo, 27 de julio de 2014 · 22:46
Recuerdo la sensación de relajamiento, de paz interior, de afinidad y convivencia que sentí al regreso de un fin de semana en el que compartimos Pablo, mis hijos y yo, un rancho con otras familias.
Grandes y chicos jugamos tonterías: bote pateado, el juego de las sillas, quemados, escondidas en la noche, dígalo con mímica, etcétera. Nos reímos como nunca. Pasatiempos en los que convivimos y compartimos momentos mágicos, y algunos desempolvamos la niñez.
Me di cuenta que sin ser su fin, cada juego nos acercó, nos provocó experimentar el compañerismo, la cooperación, el reto y la emoción. Puedo afirmar que ese fin de semana quedó grabado en la mente de todos los que participamos.
Las vacaciones nos ofrecen exactamente esta oportunidad: vivir el presente y disfrutar como niños al hacer tonterías. De agudizar nuestros sentidos de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto para disfrutar más. Recuerda que no dejamos de jugar porque envejecemos, sino que envejecemos porque dejamos de jugar.
Pregúntate hace cuánto tiempo no te dejas llevar por la simpleza. Esa actitud sana e infantil que nos ayuda a mantener nuestra mente joven y viva. Decía Nietzsche que "El hombre será grande cuando viva su vida con la misma pasión con la que los niños juegan sus juegos”.
Bien vistos, los juegos no sólo son asunto de niños, como muchos adultos pensamos. Son fuente de inspiración, energía, creatividad, autorrealización, desarrollo y crecimiento personal. Según estudios, el juego es la preparación más adecuada para la vida. De chicos, el juego es, a la vez, una diversión frívola y profundamente seria. Es una forma de aprendizaje.

Dejar de jugar envejece
Observa las maravillosas tonterías de los niños con las que echan a volar su imaginación y desarrollan su creatividad. Basta colocarse un objeto en la cabeza para convertirse en hadas, brujas, pilotos de avión o villanos. Cualquier pedazo de madera se convierte en un coche, en un cohete o en una varita mágica. Conforme crecemos, vamos perdiendo y olvidando esa tendencia natural hacia la diversión simple. El simple hecho de estar en presencia de un niño y permitir que te contagie de su forma de ver el mundo, provoca que veamos los problemas a distancia.
El adulto que se toma la vida demasiado en serio, afecta su espíritu; tristemente se convence de que ya lo ha visto todo. Como resultado experimenta un "aburrimiento crónico”. 
Estas vacaciones, plantéate el objetivo de hacer algo singular, tonto o excéntrico. Junto con tus amigos, tu pareja o tus hijos busca ratos de juego, de compañerismo y de gozo; permite que ese espíritu esté presente en todo lo que haces. Bien puede ser un partido de futbol, de dominó, cazar luciérnagas en la noche, hacer castillos en la arena, armar juntos un rompecabezas... en fin. Cualquier cosa que te aleje de lo cotidiano y de los electrónicos. Recupera tu vida.
Concédete esa licencia. Cada mañana pregúntate: ¿qué puedo buscar, qué puedo escuchar y qué puedo hacer hoy que no haya buscado, escuchado, pensado y hecho nunca? De ser así, te mantendrás como una persona joven, fresca, abierta a lo inesperado, y por encima de todo, agradecida con la vida.
Se dice que la salud sólo florece en un entorno feliz y estoy convencida de que es muy cierto. Así que, levántate del camastro, apaga tus electrónicos y recupera esa frescura para jugar, para pensar con originalidad, para reír, para pasártela en grande, y quizá revivir los días más felices de tu infancia. Sólo ¡déjate llevar!

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