GENIO Y FIGURA

Escucha

Por Gaby Vargas
domingo, 12 de noviembre de 2017 · 00:00

Agencia Reforma/Monterrey, NL

Al caminar por los pasillos de la antigua y gigantesca abadía de Melk, situada sobre un acantilado rocoso en Austria, escuché de pronto una palabra cuyo significado desconocía: höre. Dicha palabra se repetía de manera intermitente y sorpresiva: Höre. Höre. Höre.

La voz que la pronunciaba era masculina, pausada y grave; a mi parecer un tanto fantasmal, como si perteneciera a un espíritu que habita el monasterio de la orden fundada por San Benito de Nursia, en el año 529. Cada höre penetraba en mi conciencia y me enchinaba el cuerpo.

“¿Qué significa?”, le pregunté a la guía. Entonces comenzó a narrar la historia de uno de los tesoros de la abadía: su biblioteca. Una de las más hermosas que he conocido y que inspiró a Humberto Eco a escribir su famosa novela “El Nombre de la Rosa”.

En ella se encuentra lo que para los monjes benedictinos es la joya de la corona: se trata de un pequeño libro manuscrito por San Benito, hace 900 años, el cual fue y ha sido la piedra angular de la orden.

En dicho libro se encuentran las reglas para la oración, el trabajo y el aprendizaje (Ora et labora et lege), que son las bases de la vida de la comunidad. Dichas reglas comienzan con la palabra latina Ausculta, que traducida al alemán es höre y significa “escucha”.

Me impresionó que además la palabra “höre” está escrita con luz sobre las paredes del monasterio, iluminadas tenuemente en color azul para representar la espiritualidad de la orden.

El mensaje es muy claro: “escucha, escucha, escucha”. ¡Qué importante palabra y qué olvidada está hoy en día! En lo personal, no había reflexionado sobre el grado de impacto que tiene en nuestra vida. Este término no sólo es el cimiento de una orden religiosa centenaria con presencia mundial, bien vista, es la llave de toda relación y del autoconocimiento.

Durante el recorrido como visitante, no se puede más que hacer un ejercicio de reflexión, para darse cuenta de lo reprobados que estamos frente a dicho pedimento.

Podríamos comenzar con aplicarla a nosotros mismos, a la voz de nuestro corazón, al grito de nuestra pasión o al susurro de nuestra conciencia. Escucha a la naturaleza, a tu pareja, a tu hijo, al otro.

Esta acción cada día es más excepcional, pero es la que finalmente nos afilia y nos da sentido de pertenencia. Biológicamente necesitamos escuchar. En el presente buscamos hacerlo de manera artificial con un estilo de vida acelerado y mediante la comunicación electrónica. La rapidez con que esta última sucede -y que sin duda es muy útil- nos hace creer que estamos conectados. Pero, ¿en realidad lo estamos?

Capa a capa hemos desechado la riqueza de la interacción real, pero es un elemento indispensable para tener una existencia equilibrada y satisfactoria: el tacto, la vista, la voz y la energía de una persona con los millones de bits de información que nos proporciona son invaluables e insustituibles.

El silencio atento puede ser también una herramienta poderosa de comunicación, pues sin necesidad de palabras lo comprendemos todo. Para abrir nuestro corazón, para compartir nuestros sueños o consultar nuestras inquietudes, todos necesitamos de la cercanía física de alguien a quien podamos mirar a los ojos para sentir su aceptación.

Höre, höre, höre. Escuchemos a las paredes de nuestra casa, de nuestros lugares de trabajo y de los cafés a los que acudimos con las amigas para recordar su importancia.

Abramos el corazón a las voces que nos rodean y a la que proviene de nuestro interior. Atesoremos los beneficios de llevar a cabo esta acción cotidianamente. Escuchar nos abrirá la puerta de mundos tan maravillosos como imprescindibles.
 

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