Columnas

Indicador político

Por Carlos Ramírez.
domingo, 19 de abril de 2015 · 02:06
Elecciones sin opciones

A pesar de ser una de las elecciones con mayores participaciones de partidos políticos, las del 7-J serán las que menos opciones políticas e ideológicas ofrezcan: todos los partidos llegarán con agendas que responden a las oligarquías dirigentes (la ley de hierro de la oligarquía que señaló Robert Michels hace un siglo) y las candidaturas dicen nada a los electores.

El PRI hizo un reparto vertical de candidaturas, el PAN construyó sus listas en función de la metas de Gustavo Madero de ser candidato presidencial, el PRD negoció nominaciones a cambio de lealtades para con Los Chuchos, López Obrador repartió candidaturas por dedazo y el Verde quedó como el pato trasero del PRI; los demás, la chiquillería, vivirá de las alianzas.

Lo paradójico del asunto radica en el hecho de que como nunca antes el país requiere de un poder legislativo más vivo, luego de lo que se ha visto como un apéndice del ejecutivo o subordinado a los intereses de corto plazo de las dirigencias de los demás partidos. Si bien no se trató de una novedad, sí se requería de un legislativo que renovara el dinamismo de la vida política nacional y partidista.

Sin un verdadero sistema de partidos la democracia mexicana -cualquiera que sea su dimensión- carecerá de dinamismo. El modelo presidencialista del pasado priísta construyó el arranque institucional del país pero luego se pervirtió con la figura autoritaria del jefe del ejecutivo en casos concretos, Díaz Ordaz, Echeverría, Salinas de Gortari y hasta Zedillo.

La disminución electoral del PRI como partido dominante y del PAN como partido de la alternancia exigió nuevos juegos de poder más democráticos; sin embargo, el PAN y el PRI luego del 2000 han gobernado por la vía autoritaria o de imposición. Y si en el pasado ello permitía cuando menos una dirección institucional coherente, ahora se percibió como un problema por los nuevos actores sociales y políticos en juego. El viejo presidencialismo dependía de la inexistencia de instituciones para el contrapeso; hoy la libertad política ya no garantiza ni la viabilidad ni la funcionalidad de ese viejo presidencialismo verticalista.

Lo ocurrido con la reforma educativa ilustra la dimensión del problema democrático. Los cambios constitucionales avalados por todos los partidos mostraron la posibilidad de ir hasta la estructura del problema, pero la resistencia de los grupos de interés magisteriales de las secciones de Oaxaca y Guerrero dieron al traste con las reformas y las mostraron inviables. Hoy el país tiene una reforma legal magisterial de avanzada pero hasta el gobierno federal que la impulsó debe de conceder su no aplicación ante la violencia magisterial.

La reforma estructural del Estado se ofrece como la primera gran tarea del legislativo, toda vez que el ejecutivo seguirá promoviendo adecuaciones para mantener el control estatal. Pero si se revisan las listas de diputados que podrían llegar al Congreso, se podrá notar la ausencia de inteligencias estratégicas modernizadoras. Peor aún, todos los partidos definieron sus propuestas electorales en función del viejo régimen, con un PRD que impulsó las reformas y que ahora quiere derogarlas, o un PRD populista y hasta un lopezobradorismo regresivo y presidencialista.

Lo contradictorio del momento político mexicano radica en un espacio político más abierto y desafiante, pero con fuerzas políticas mirando al pasado. Al parecer, todos los partidos usarán las elecciones legislativas del 7-J de este año como una aduana política para las presidenciales del 2018, aunque el escenario de largo plazo también sea previsible ante un PRD desgastado y en caída, un lopezobradorismo cesarista y lumpen y un PAN sin rumbo y controlado por un Madero sin oferta de largo plazo.

Y el PRI enlista cartuchos quemados más operativos para el corto plazo pero sin inteligencia política para los cambios institucionales, con César Camacho Quiroz al frente pero luego de encabezar al PRI más lerdo de la historia y reconocido por su capacidad de subordinación.

De ahí que la próxima legislatura se puede resumir en una palabra: deprimente. 

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