LA CARROCA

Placuit Deo

Por Soraya Valencia Mayoral*
domingo, 18 de marzo de 2018 · 00:00

La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe publicó la carta Placuit Deo (Dispuso Dios) sobre la salvación cristiana, dirigida a los obispos y cuya lectura y estudio debería recomendarse en las diferentes comunidades. El documento confirma la doctrina de la Iglesia respecto a la dimensión histórica de la redención realizada por Jesucristo, desde la encarnación al misterio pascual, la gracia, el pecado, la libertad humana, la fe en Dios Trino, la economía sacramental... Usted puede preguntarse por qué una carta sobre aquello que fue defendido y definido hace siglos. Ha sido el papa Francisco quien ha insistido desde su magisterio ordinario en dos tendencias actuales en la comprensión -y seguramente en la predicación- de los contenidos fundamentales de la fe cristiana, cada vez más absurda a los ojos del mundo. Se trata de una especie de pelagianismo y de gnosticismo. Pelagio fue un monje británico que difundió sus ideas sobre la libertad y la gracia en Roma, donde gozaba de mucho prestigio. Fue San Agustín quien entabló una fuerte polémica con él y por quien conocemos su pensamiento en buena medida. Para el pelagianismo el libre albedrío da plena autonomía al ser humano; este poder le permite decidir y alcanzar la salvación por su propia voluntad. “Libertas arbitrii qua homo emancipatus est a Deo”. La persona humana no tiene límites, no necesita a Dios. En ese sentido la encarnación, la redención, el auxilio de la gracia, salen sobrando. El gnosticismo es un fenómeno religioso, algo así como un movimiento de redención no cristiano que se extiende desde Asia Menor, Siria, Samaría, Egipto y norte de Italia a partir del siglo II, que afirma una cosmovisión dualista (la oposición bien-mal, luz-tinieblas, espíritu-materia, el hombre como una centella de luz divina aprisionada en la materia oscura que es origen del mal, la redención en tanto liberación individual de la materia, etc.). Estas herejías surgieron en contextos muy diferentes a los actuales, pero reaparecen, como otras, de tanto en tanto. Pueden identificarse en el individualismo aislante y egoísta que propone la autorrealización de la persona y la libertad absoluta y en la creencia en una salvación asumida como una experiencia interior - no integral- en donde el otro, incluyendo la corporalidad, no tiene cabida. “Si la redención, por el contrario, hubiera de ser juzgada o medida por la necesidad existencial de los seres humanos, ¿cómo podríamos soslayar la sospecha de haber simplemente creado un Dios redentor a imagen de nuestra propia necesidad?”. Un traje a la medida del gran público. Redención, salvación... de qué, dirían algunos. Las palabras fuertes se evitan, el pecado individual y el mal social se convierten en mediocridad y errores individuales. Dios es la luz que ilumina, busca esa luz, Dios te ama, sé feliz. La cuestión es en dónde queda aquello que celebraremos -memoria y actualización- dentro de unos días. Tal vez en un relato que hay que conocer, por cultura general, donde el protagonista es, a lo sumo, un modelo de vida interesante. Vale

*La autora es mujer de letras sacras y profanas
 

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