Columnas

La Carroca

Por Soraya Valencia Mayoral*
domingo, 23 de octubre de 2016 · 00:00
El Nobel a un bardo

La Academia Sueca ha sorprendido: el Nobel de Literatura 2016 es para Bob Dylan, noticia que sigue provocando las reacciones más diversas. Es reconfortante ver a jóvenes discutiendo sobre un galardón que a algunos no les significaba gran cosa; a los de la generación de los 60´ y 70,´ recuperar la sonrisa al recordar canciones que  movieron las neuronas y despertaron la sensibilidad en plena Guerra Fría (Blowin in the Wind se convirtió en un himno a varias voces). Su obra poética, su música, han influido en más de una generación de nuevos juglares y trovadores, incluyendo a los de América Latina. Es una de las voces disonantes del gran imperio y del idioma, que esta vez jugó a  favor de Bob Dylan.

Dylan es "El heredero de la brillante tradición del bardo” dijo Salman Rushdie. Si hurgamos en la oscuridad del tiempo, con seguridad encontraremos que  la literatura, en general y la poesía en particular, no fueron concebidas para la lectura personal y silente, sino para ser proclamadas y declamadas, y en determinados ambientes acompañadas de algún instrumento. La lectura como recreación íntima e individual es  reciente. Agustín de Hipona cuenta en las Confesiones su asombro al encontrar, en una de tantas, a su maestro Ambrosio leyendo en silencio, y estamos hablando ya del siglo IV. Luego, en la Alta Edad Media la lecto escritura casi desaparece, pero las voces continuaron vivas. 

Desde las rapsodias de Homero, las epístolas de Pablo, los cantares de gesta, los versos de los goliardos que están tras la Carmina Burana, los relatos de los juglares, los cuenta cuentos de los pueblos del Caribe que fascinaron a García Márquez, los romances castellanos que dieron origen a nuestros corridos, los cuentos y juegos infantiles, la literatura de los pueblos originarios, etc. han tenido como forma primaria de expresión las tradiciones orales -la voz- y como soporte la memoria, puntos de arranque de la literatura escrita. Además, la poesía toda se rige por el ritmo y el tiempo, elemento común con la música. Los subgéneros se han diversificado y refinado, pero la humanidad siguió contando y cantando. Canta al amor y al desamor, al odio y a la guerra, a la vida buena y sencilla, a los horrores del crimen. Todo puede ser cantado, todo puede ser objeto de un poema. Canta para el otro, como los antiguos. En las vientos y llega a quien quiera y pueda escuchar, aunque no sepa leer o no entienda el idioma. La universalidad de la canciones subyace una visión de la vida y del mundo, -una estética-  que se pregona  de mil maneras a los cuatro música ha contribuido a la universalidad de los buenos versos y viceversa, sobre todo en los tiempos que corren, cuando las nuevas tecnologías de la comunicación parecieran no tener límites -salvo el temperamento del hermano sol- y Spotify, Youtube y los audífonos son parte de lo ordinario. Al otorgar el premio Nobel a Bob Dylan -lo acepte o no- la Academia Sueca reconoce a los rapsodas y bardos de todos los tiempos, abre la puerta a la consideración de otros géneros dignos de ser contados entre el buen arte, provoca la crítica, anima la esperanza y manda un mensaje en tiempos de gran tensión global. Mis condolencias a los puristas de élite. Vale.

*La autora es mujer de letras sacras y profanas

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