Columna

Día del Señor

Por Padre Carlos Poma Henostrosa
domingo, 28 de agosto de 2016 · 00:00
Domingo XXII Tiempo Ordinario   Ciclo C
"Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado”
(Lc. 14,1. 7-11)

Padre Carlos Poma Henostrosa
cpomah@yahoo.com

En el Evangelio de Lucas, Jesús nos invita a ser como Él, que no ha venido a ser servido sino a servir. Es un nuevo concepto, diferente de todas las doctrinas anteriores  donde la persona busca el honor y la gloria, el poder, el prestigio, las categorías sociales eran algo muy importante el aquellos tiempos. Cuanto más valías, más poder tenías, y más altamente te encumbrabas en los eventos sociales. Todo ellos para que fuera bien notado por la gente del tiempo. Arriba están siempre los poderosos y los fuertes, los que menos suelen ser humildes. 

Hay muchos que son "últimos” alrededor de nosotros, día a día: inmigrantes, extranjeros, pobres, adictos a sustancias de todas clases, los sin techo, las gentes que viven bajo los puentes, ríos. Lo mínimo que uno puede darles a todos ellos, cuando no hay otras opciones, es darle su dignidad quizá oyendo sus historias, o dándoles un saludo cordial que restaure esa dignidad. Son los pobres de Yahvéh. De alguna manera, aunque sea mínima, debemos establecer contacto con ellos, y no simplemente volverles la espalda. Difícil, pero no imposible. Y si no hay otra manera de ayudar, por lo menos referirles a otras entidades que están mejor preparadas para poder ayudar a estas personas que se encuentran en tal necesidad. Los pobres siempre estarán ahí, para darnos un toque de atención en nombre de Jesús.

La humildad es una virtud necesaria en la vida de todas las personas. La persona humilde es, casi siempre, más apreciada que la persona soberbia. 

La humildad casi siempre nos invita al servicio, mientras que el orgullo tiende a hacernos déspotas y engreídos. Ante Dios nos resulta fácil sentirnos humildes, porque la grandeza de Dios supera infinitamente nuestras limitaciones y debilidades, pero ante los hombres no siempre es fácil comportarnos con humildad, porque tendemos a creernos iguales o superiores a los demás. De exagerar en algo, más vale exagerar en la humildad, no en la soberbia.

La humildad no es sinónimo de debilidad, tampoco se la puede asociar con una deficiente auto-estima. La falta de auto-estima es un grave desorden de la personalidad, que nos paraliza para tomar decisiones y emprender proyectos. No se trata de negar nuestros valores y potencialidades. La virtud de la humildad está impregnada de realismo, la persona humilde conoce sus cualidades y defectos, sus posibilidades y límites.

La persona orgullosa solo se oye a sí misma; está convencida de su genialidad y rechaza cualquier asomo de crítica.
 
Este defecto es bastante frecuente en el mundo, son incapaces de establecer unas sanas y fecundas relaciones interpersonales porque siempre asumirán el rol dominante. La persona auténticamente humilde es capaz de relacionarse en reciprocidad, pues no se siente superior a nadie y tampoco inferior a nadie; se siente igual en un tejido social en el que todos necesitamos de todos para apoyarnos y complementarnos.

Que Dios lo bendiga acompañe y proteja siempre

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