EL GABACHO GACHO

Una conversación

Por Le Roy José Amate Pérez
miércoles, 18 de enero de 2017 · 00:00
Cuando llegué a Ensenada (1985) a vivir a tiempo completo me encontraba totalmente solo. Me había divorciado recientemente y vivía en mi casa vacacional en Punta Estero en "La Lengüeta”. Lo llamé "Gringolandia”, pues es un lugar rodeado de gringos jubilados que no sienten ninguna necesidad o deseo de hablar español, y pasaban sus días bebiendo y chismorreando. Por ser hijo bilingüe de una pareja de inmigrantes españoles, tomé interés en conocer la cultura mexicana. Renté un apartamento de $150 dólares al mes en la calle Rayón de la Colonia Obrera. Al otro lado de la calle de la empacadora de atún estaba Marco Antonio. Mis maravillosos y amistosos vecinos mexicanos ayudaron a este gabacho gachupín a asimilar la cultura rápidamente.
Era demasiado joven para retirarme y llegué al punto en que tuve el deseo de crearme un empleo para mí en México. En mis primeros años de mi carrera en IBM aprendí que si uno quiere alcanzar sus metas, hay que pedir ayuda "a los de arriba”, es decir, aquellos que pueden decir sí cuando los de abajo dicen no; o los que pueden decir no cuando los otros de abajo dicen sí. Así que fui a la alcaldía y pedí hablar con el alcalde, cargo que ocupaba en ese entonces Ernesto Ruffo Appel. Le expliqué mi deseo de vivir y trabajar en México y le pregunté si me podía dar alguna orientación.
Me quedé sorprendido por su generosidad. Ruffo mostró una gran actitud de servicio hacia a un extranjero que simplemente llegó caminando y con el sólo afán de asimilar y aprender sobre la cultura mexicana. El alcalde Ruffo me preguntó sobre mi educación y mi experiencia laboral. Le conté de mis estudios de derecho tras estudiar psicología. Le di además una lista de clientes con grandes empresas de los EE.UU a quienes brindé servicios de consultoría. Luego dijo: "Quiero presentarte al Lic. Juan Antonio Sánchez Zertuche y su asociado, Lic. Benjamin Novelo”. Benjamín era el asistente del alcalde y tenía un permiso para ausentarse del despacho jurídico de Zertuche.
Tres días después, ocurrió algo que consideré un milagro. Me hice asociado de un despacho jurídico mexicano. No habría tenido la maravillosa vida que tengo ahora de no haber sido por estos dos caballeros dispuestos a asumir riesgos, el Lic. Zertuche y el Senador Ruffo. Ahora, treinta y seis años después, gozo del milagro de tener una columna de periódico y un programa de radio, además de ayudar a mis paisanos a invertir en México.
Me enorgullece decir que he sido amigo del Senador Ruffo desde hace treinta y seis años. Él escribió la introducción de mi libro: "The U.S. and Mexico, Joined at the Groin”. Nos reunimos hace una semana ya que procuramos por lo general hacerlo cada semana cuando está en la ciudad y él tiene el tiempo. Aclaro que sólo quiero hacer énfasis en este escrito sobre Ernesto Ruffo como el hombre y amigo, no el político. No quiero que este escrito parezca motivado por "favores” políticos.
En primer lugar, mencioné su generosidad, tanto hacia mí y hacia tantos otros que ha ayudado. En segundo lugar, su capacidad de pensar en forma diferente y novedosa y para tomar riesgos al creer que un ciudadano extranjero al que acaba de conocer, podría ayudar a traer inversión extranjera a Ensenada. Algo que siempre observo al tener conversaciones con él son su claridad de pensamiento y de intelecto.
Cuando nos conocimos me habló de las diferencias en el gobierno centralizado de México y las ventajas de los "derechos de los estados” del sistema estadounidense. Demostró el enfoque que tenía en cuanto a los derechos del estado como cuando ejerció como alcalde y gobernador. Como gobernador, puso en su lugar a la policía federal que tan atemorizados tenía a los ciudadanos de Baja California.
Otra cualidad que veo en mi amigo es un agudo sentido de la historia y cómo se puede aplicar a los problemas del día actual que enfrentan todas las naciones.
En nuestra última reunión, le expuse mi queja sobre el abstencionismo de los mexicanos naturalizados en las últimas elecciones presidenciales de 2016. Sólo el 36% de los votantes estadounidenses naturalizados elegibles votaron. Este es el bajo más porcentaje de todos los grupos de inmigrantes elegibles. Los ojos y la sonrisa de Ruffo reflejaron su habitual paciencia con este gringo enojado. Me explicó que los españoles mataron y esclavizaron a los indígenas mexicanos y ser visible no era buena idea. Ser visible como inmigrante en los Estados Unidos tampoco ha sido beneficioso. El valor de la invisibilidad se refleja en la votación.
Me hizo pensar en mis padres inmigrantes que me dijeron que mi trabajo era mantenerlos invisibles de cualquier autoridad de los Estados Unidos, ya sea de la ley, mis profesores, o los políticos.
Gracias Senador por ayudarme a mantener mi humildad al recibir constantemente sus lecciones con la amabilidad de un sabio amigo.

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