Baúl de manías

Cualquier chubasco es pretexto…

Por Ma. Cristina Álvarez-Astorga
martes, 24 de enero de 2017 · 00:00
…para escuchar al buen Beethoven. ¿Qué está lloviendo cañón y  no tiene usted ni lancha ni ganas de fabricar una? Quédese en casita y chútese la Sonata para piano No. 17 en re menor, opus 31, No. 2, mejor conocida como "La Tempestad” (1802). Digo, para verle el lado amable a los tormentones más recientes.
Pues sí, señor, señora, señorita, señorito: así se llama la mentada sonata. Según esto, así mero le puso el buen Beethoven. Su asistente y biógrafo, un tal M. Schlinder, le preguntó el porqué del nombre y Beethoven le contestó: "Lee la Tempestad” de Shakespeare, y deja de estar dando lata. No sabemos si el asistente leyó o no la obra homónima del bardo inglés, pero dejó de darle lata con ese asunto a Beethoven.
La verdad sea dicha, es difícil hallar paralelismos entre ambas obras, a no ser por el principio. Lógicamente, en ambas hay una tormenta, pero la de Beethoven dura todo el primer movimiento, que alterna breves momentos de aparente tranquilidad con no tan breves pasajes de agitación. Estos últimos se van expandiendo hasta desembocar en una inquietante tormenta o, mejor dicho, en un tormentón de aquellas.  La tranquilidad, finalmente, se pierde. Es algo tremendo y muy dramático. Usted puede checarlo aquí, con el fabuloso pianista húngaro Andrá Schiff: http://bit.ly/2kkTJBJ
En "La Tempestad” de Shakespeare, Don Próspero, duque legítimo de Milán, expulsado de su posición por el gandallita de su hermano, se encuentra en una isla desierta tras naufragar su buque. Ahí, en la grata compañía de su hija Miranda se ha dedicado a leer. Se ha convertido en un sabio… ¡Y en mago! La obra comienza con una fuerte tormenta, desatada por Ariel (espíritu sílfide a su servicio), ya que Próspero adivinó que su hermano Antonio (el gandallita) viajaba en un buque cerca de su isla… Total que Don Próspero ha entrado en contacto con espíritus como Ariel y con su incondicional ayuda, desde el caos y la locura, tejerá un encantamiento que le permitirá iniciar su venganza… Pero, ¡tenga! … Al final Don Próspero decide que siempre no quiere vengarse, renuncia a su magia, perdona a sus enemigos y permite que su hija Miranda se case con Fernando… ¿Y usted qué dijo? ¡Ya me contó la trama esta Corchea! Pues no, señor. Ya si quiere usted averiguar quién es el tal Fernando y cómo le hizo para que Miranda le echara el ojo, le diré lo mismo que le dijo Beethoven a Schlinder: lea la Tempestad, de Shakespeare.
Por su parte, el segundo movimiento de la Tempestad de Beethoven es un adagio en si bemol mayor. Como después de la tempestad viene la calma, así este movimiento es todo mesura, lirismo y dignidad. Recapacitando, no hace ningún daño evocar a la hermosa y dulce Miranda, digamos, del compás 31 al 38…Pero ya si usted quiere identificar a la sílfide Ariel y a otros (varios) personajes de los que no le platiqué pero que también aparecen en la trama, es muy cosa suya. Ahí está el adagio. http://bit.ly/2jRZzJK
El tercer movimiento de la Tempestad es, como en la mayoría de las obras de Beethoven (no puedo decir que en todas porque no las he oído todas), el mejor de los tres. Es un rondó en forma de sonata, en re menor, que fluye deliciosa y emocionadamente hasta llegar al clímax, con todo y sus vericuetos. Neta. Chéquelo por sus propios clics: http://bit.ly/2jKIj72
Abur, splash, achú.

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