LA CARROCA

Ya viene la Navidad

Por Soraya Valencia Mayoral*
domingo, 17 de diciembre de 2017 · 00:00

En medio del concierto de las religiones del mundo nos ha tocado nacer en una sociedad construida en buena medida a partir de la herencia de los primeros misioneros evangelizadores, de las estructuras y categorías del pensamiento cristiano europeo. Compartimos con las demás iglesias cristianas no católicas los contenidos fundamentales de la fe, que nos unen y nos hermanan, aunque no vivamos como tales. Dentro de pocos días celebraremos, con todos los cristianos del mundo, la solemnidad de la Natividad del Señor. Después de vivir un Adviento nada austero muchos mexicanos llegaremos a la navidad con una buena dosis de tamales y buñuelos, peregrinaciones guadalupanas, cantos, ramas, posadas con sus piñatas, nacimientos, pastorelas, arbolitos de navidad, luces de colores, santocloses, villancicos en diversos idiomas, y hasta un reno de nariz roja conocido como Rodolfo. Más allá del ruido y de la mixtura de las fiestas -no hay que perder el gusto por el festejo-, de los negocios del mercado, de sacar a flote nuestro acervo de piedad y devoción, de dar y recibir, es importante detenernos, los creyentes, a revisar el significado de este tiempo.

La navidad expresa y propone una comprensión de la historia humana. Hay una visión del mundo en aquella escena que llevó a Francisco de Asís a meditar profundamente en el misterio: la contemplación de un niño -el Hijo de Dios- recién nacido acostado en un pesebre, perdido en la obscuridad del tiempo, en el silencio y la pobreza. La encarnación afirma la unión de lo divino con lo humano, de la historia -no los cielos ni las alturas- como lugar de encuentro con Dios que ha decidido acampar entre nosotros y compartir, codo a codo, nuestra suerte. La navidad nos susurra al oído la certeza de una nueva creación, un gran final sin final porque la pascua, la eternidad de la vida, la ilumina y completa. Con la celebración de la navidad los cristianos asumimos que la historia humana no está condenada al fracaso, que no sucumbiremos en el vacío ni en la nada, que no estamos solos. Esta esperanza nos empuja a seguir, no porque vayamos a ver cumplido en lo temporal todo lo que deseamos sino porque sabemos que aquello por lo que luchamos tiene realmente sentido. Las palabras de Isaías y de Juan resonarán en los templos y serán escuchadas y acogidas por aquellos que trabajan por la paz, la justicia, la libertad, la verdad. Por los que apuestan por el amor, por un mundo mejor en donde todos, empezando por los últimos, los excluidos y olvidados, están invitados a la mesa del gran banquete. Navidad no es sentimentalismo, falsa piedad ni dinero. Es renovar los más profundos anhelos de una humanidad rota, abusada, desangelada. Y en este escenario sobresale un signo, una mujer, María. Con ella y en ella todas las mujeres de todos los pueblos han sido bendecidas en su ser femenino, reconfiguradas no como causa de perdición o culpa, ni objeto de pecado, sino de vida y gracia abundante para todos.

Como colofón: mientras dormíamos el Senado de la República aprobó la Ley de Seguridad Interior. Así, de madrugada, en fin de año, cuando todos, muchos, piensan en descansar un poco, celebrar, estar en paz con la familia -solo, si es necesario o no hay de otra-, pero en paz, sin miedo. Feliz Navidad. Vale.

*La autora es mujer de letras sacras y profanas
 

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