Columnas

La Carroca

Por Soraya Valencia Mayoral*
domingo, 26 de febrero de 2017 · 00:00
Que se oiga bonito
Soraya Valencia Mayoral*

Hace unos días leímos en los diarios que la  Auditoría Superior de la Federación encontró una serie de anomalías en el fondo de apoyo destinado a BC. La Real Academia Española define ‘anomalía’ como ‘desviación o discrepancia de una regla o uso’, lo que traducido al lenguaje de todos los días sería que se encontraron actos fuera de lo que la ley y sus reglamentos marcan. Y puede traducirse a palabras más claras todavía. En la misma nota se afirmaba que se detectó un ‘ejercicio ineficiente y opaco’, - no se usaron los recursos para lo que se habían destinado y, otra vez a la RAE, que las cuentas no están claras (opaco: que impide el paso de la luz, a diferencia de diáfano; oscuro y sombrío)- .Se habla de asignación contratos irregulares, otra vez las reglas -régulas- que se evadieron y violaron, una forma suavecita de expresar el tráfico de influencias, entre otras lindezas. Más adelante: "La ASF advirtió que existe un probable daño patrimonial al erario federal por ese monto.” ‘Daño patrimonial’, para los de a pie, es lo mismo que tomar lo que no es nuestro, que pertenece al Estado, a todos, y usarlo. Probablemente tomaron los recursos de todos para otra cosa. Y siguiendo con la nota, se dice que  "se generaron más de cinco millones de intereses bancarios que no se programaron ni ejercieron”, a eso se le llama jinetear la lana ¿Así o más claro? Muy elegantemente el documento de la ASF informa de  "inobservancias a la normativa”, otra vez la evasión e infracción de la ley. Y para finalizar se detectó que se realizaron "obras de infraestructura ajenas a este fondo”, así de aterciopelado el documento al referirse al desvío de recursos. Realmente es un ejercicio interesante esto de traducir a palabras llanas lo que a diario escuchamos y leemos.

Y es que la lengua, las palabras, dan para eso y más. Me encanta leer las declaraciones, por ejemplo, de los señores obispos, que, mediante circunloquios y expresiones perifrásticas, a veces verdaderamente poéticas, señalan con fineza, verdaderas llagas apestosas y purulentas. Pero a veces, de tan suaves y delicadas las palabras, pierden la intención, y sobre todo la fuerza y contundencia que deberían tener ¿Será cuestión de diplomacia? Vaya usted a saber, Recuerdo bien aquella bella expresión sobre los procesos electorales desaseados, por no decir que había sido un verdadero chiquero ¡Qué cosas! Me encantan las palabras.

Pero hay que tener cuidado con las palabras. Construyen la manera en la que vemos las cosas, estructuran nuestro pensamiento, expresan lo que somos o no, como en las redes sociales. Nunca como ahora las palabras han tenido tanta presencia, peso y relevancia. Las nuevas tecnologías de la comunicación y la información son parte fundamental de este fenómeno. Por eso no está de más tener a la mano un diccionario, ya sea impreso, en formato digital o en línea, que nos saque del apuro y nos ayude a entender qué es lo que está escondido, subyaciendo a los mensajes, embellecidos para que lo horrible se oiga bonito. Para muestra dejo este botón. Vale.

*La autora es mujer de letras sacras y profanas

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