BAJO PALABRA

…la vida no se llama vida

Por Hadassa Ceniceros
viernes, 19 de mayo de 2017 · 00:00

Llegó de su tierra como buscando vientos mejores y frescos. Llevaba en su bolsa de petate y colores, frutas, chocolate y algunos quesos. A su espalda, en un morral de lona trajo apenas dos faldas de percal y dos blusas blancas de manta con adornos de encaje de algodón. Lucía en su cuello una cadena de oro rosa con su inicial grabada en una plaquita. Mi tía Elena pasaba unos días de asueto en la capital. Eran vacaciones de primavera en la escuela donde trabajaba allá en su pueblo. Buscó un taxi cerca del Parque Agua Azul, le recomendaron sus tías que se alejara unas cuadras de la Central Camionera para buscar un libre, porque así cobraban más barato.
Llegó a la casa en la avenida Munguía, había una panadería pequeña junto a una puerta con el número que buscaba. Pagó al chofer con un billete de veinte pesos calientito que sacó del monedero de su seno. La puerta se abrió después del timbre para dar vista a unos escalones que llevaban a la planta alta. De pie al final de la escalera miró a un joven; vestía camiseta blanca, el cabello lacio y corto enmarcaba un rostro recio, moreno, indígena. Él sonrió con sus dientes blanquísimos y solamente dijo: aquí es. Elena sintió un vuelco de nervios en su corazón y preguntó por Mercedes, la dueña de la casa.
Elena aseguró que solamente se quedaría dos semanas en la casa convertida en hostal. Otros dos jóvenes se hospedaban ahí también. Por la noche salían a caminar por las calles aledañas, el ambiente estaba impregnado por una mezcla de pan recién horneado y tierra húmeda de los jardines de algunas casas, la joven reconocía el jazmín y el huele de noche. Todo aquello le parecía muy grato. Su viaje obedecía a la recomendación de una tía que pensaba que sería saludable para Elena un viaje por una tierra conocida como sana ya que sufría de una dolencia pulmonar.
Mercedes y una amiga hospedada en su casa invitaban a Fermín para salir a pasear y cenar en alguno de los tantos puestos de pozole y tacos de papa que había por el lugar. Pretendían salir sin invitar a Elena pero Fermín siempre incluyó a la joven en sus salidas. Elena tenía una risa singular y cantarina, conversaba animadamente y nunca hablaba de sus problemas de salud. Fermín contaba anécdotas de su pueblo natal. Era seminarista y tenía una voz calificada por muchos como sin igual.
Elena y Fermín coincidieron en muchos temas. Había una diferencia de edad, ella era mayor por pocos años. Fermín en su penúltimo año pidió permiso para reflexionar su decisión vocacional. Sin noviazgo de por medio pidió a Elena se casaran y fueran a vivir a su pueblo donde podrían ser maestros de la única escuela primaria que había. Ella aceptó. Sintió por primera vez la emoción inquietante y dulce del amor. Vivieron en matrimonio el resto de la vida de ella que rebasó los ochenta, la afección pulmonar que padeció toda su vida no le impidió ser madre, esposa y maestra. Murió de la mano de Fermín, quien debe estar por ahí con algún hijo, no sé qué edad tenga.


...

Comentarios