ANDANZAS ANTROPOLÓGICAS

En busca del perezoso perdido

Por Andrea Guía Ramírez
jueves, 10 de agosto de 2017 · 00:00
Quizás todos hemos escuchado o visto en documentales a los pequeños perezosos, esos gráciles animales que suelen trepar a los árboles moviéndose lentamente. ¡Claro!, No por nada reciben el nombre de perezosos. Además de su lento caminar poseen una apariencia un tanto extraña, un cuerpo cubierto de pelo con una cara redondeada de orejas pequeñas, grandes garras y una expresión dormilona. Pero esto no siempre fue así. Resulta que hace unos diez mil años  – sólo unos poquitos, claro, en términos geológicos- los ancestros, hoy extintos, de los perezosos, fueron más diversos y algunos mucho más grandes. Los perezosos actuales son de tallas pequeñas que habitan las selvas húmedas, de Centroamérica y Sudamérica, donde se alimentan principalmente de hojas. Estos mamíferos son parientes de los osos hormigueros, armadillos, gliptodontes (también extintos) y otros menos conocidos.
Los perezosos no sólo tienen una apariencia extraña, ellos también tienen una historia muy peculiar. Hace un corto tiempo, unos 60 millones de años,  los Xenartros, -nombre que recibe el grupo de los perezosos y sus parientes en el mundo científico- se originaron y evolucionaron en Sudamérica, donde se mantuvieron aislados por un largo tiempo. Hasta hace aproximadamente 9 millones de años, un puente -llamado ahora el Istmo de Panamá- comenzó a formarse y conectó a Sudamérica con Norteamérica, lo que permitió que estos mamíferos comenzaran a migrar hacia el norte (y quizás un poco antes de la formación de este puente algunos pudieron cruzar nadando), conquistando así Norteamérica, donde luego se dispersaron y surgieron nuevas formas.
Antes de salir de Sudamérica algunas especies ya habían alcanzado grandes tamaños con tallas parecidas a los elefantes y con un peso de hasta 4 toneladas; ¿increíble no?, la tendencia, según algunos estudios, es que cada vez se hicieran más y más grandes. Sin embargo, hace diez mil años algo sucedió y acabo con los grandes perezosos terrestres, sobreviviendo sólo los pequeños perezosos arborícolas. En Norteamérica, incluyendo México, abundaban estos grandes mamíferos y ninguno sobrevivió a esta extinción. Por lo tanto, ahora sólo los conocemos a través de sus huesos, dientes, algunas impresiones de piel y de sus heces endurecidas.
Baja California tiene pocos registros del paso de los perezosos por esta región, lo cual no significa que no hayan sido abundantes, más bien, es que quizás aún nos falta mucho por descubrir. Increíblemente, en el Estado sólo hay dos sitios con registro de estos mamíferos. En la literatura especializada se menciona el hallazgo de un hueso aislado en Cabo Colonet, esta pieza se encuentra en la Colección Paleontológica de la Universidad de California, y el otro, es un fémur izquierdo – porción corporal mejor conocida como pierna- recuperado en el área de Los Algodones, en Mexicali, y donado al INAH-BC.
Aunque no se trata de la misma especie, los perezosos de ambas localidades fueron terrestres, o sea que no vivían en los árboles como sus parientes actuales, y se alimentaban de productos vegetales. El de Cabo Colonet alcanzaba 3 metros de largo y un peso de hasta 1000 kilogramos. El espécimen de Los Algodones representa a una de las especies más pequeñas que habitó Norteamérica, con el tamaño semejante al de un oso actual.
Como se aprecia en las líneas anteriores, aún nos queda mucho por descubrir del pasado de la región; así que, estimado lector, si en una de sus visitas al campo encuentra un hueso grande que parece piedra denuncie al Instituto Nacional de Antropología e Historia en Baja California, pues podría tratarse de uno de estos magníficos gigantes.

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