DÍA DEL SEÑOR

Domingo XIX Tiempo Ordinario Ciclo “A”

Por Carlos Poma Henestrosa
domingo, 13 de agosto de 2017 · 00:00
"Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse” (Mt 14, 22-33)

En el Evangelio de hoy, San Pedro, como siempre intrépido e impulsivo, le dice: "Señor, si eres Tú, mándame ir a Ti caminando sobre el agua” Y el Señor le concede tan atrevida petición. Efectivamente, Pedro comienza a caminar sobre el agua, igual que Jesús, pero en un momento dado "al sentir la fuerza del viento, le entró miedo y comenzó a hundirse”. Dudó y se hundió.

Nuestra vida espiritual también está llena de pasajes como la de Pedro, que muchas veces duda y comienza a hundirse, luego el Señor lo rescata dándole la mano. Hay que confiar plenamente en Dios para no hundirse. Nuestra seguridad dependerá no porque no haya tormentas ni turbulencias en nuestra vida, sino porque confiamos ciegamente en que Dios no nos dejará hundir.

Las dudas pueden ser una ocasión propicia para purificar más nuestra fe. Es el momento de apoyarnos con más firmeza en él y de orar con más fuerza que nunca.

No es la ausencia de tempestades lo que nos puede dar paz, sino más bien la confianza plena en Dios, ya sea en tierra firme, sobre las aguas, en tormenta o en calma, el Señor siempre estará con nosotros. La confianza no consiste en no tener tormentas alrededor, sino en saber que Dios está allí, tanto en la tormenta, como en la calma, tanto en la luz, como en la oscuridad. La fe de los discípulos era frágil y quebradiza. Como muchas veces la nuestra.

Cuando las cosas nos van bien, cuando Dios nos mima, nos apapacha y nos va resolviendo los problemas, nos resulta fácil y rentable creer en Dios. Pero cuando las cosas se complican, cuando nos llegan las enfermedades, las injusticias del mundo, el fracaso o la desilusión, entonces nos desinflamos y tendemos a pensar que el Dios en el que tanto confiábamos es algo lejano e inútil, algo parecido a un fantasma.

Para caminar hacia Jesús hay que mantener la vista fija en Él, no dejar que lo malo que hay a nuestro alrededor nos espante, nos deprima, nos desanime, nos haga perder la fe o la esperanza. Muchas veces nos sucede esto en el seguimiento de Jesús.

Hay un primer momento, un impulso a seguirlo, a hacer lo que sea que nos pida, pero luego, si nos dejamos distraer por lo que nos rodea, empezamos a repensar las cosas, a echarnos para atrás, a sentir miedo de haber accedido a lo que nos pidió.

El grito de Pedro, (sálvame) nos enseñanza que en primer lugar tenemos que reconocer que Jesús es el Señor, Él tiene en sus manos el poder sobre el bien y el mal, el Único que puede ayudarnos a caminar sobre las aguas turbulentas que amenazan ahogarnos. Gritar como Pedro: Señor, sálvame, de mi pecado, de mis defectos, de mi egoísmo, de mi falta de amor hacia otros, sálvame de todo aquello que me impide seguirte, sálvame de mis miedos, de mi debilidad, ¡Señor, sálvame!

Él quiere fortalecer nuestra fe. Si nosotros confiamos en Jesús y permitimos que Él fortalezca nuestra fe, podremos mover montañas, podremos ser capaces de andar sobre las aguas y nos sostendremos aunque nos quiten el suelo bajo nuestros pies, aunque nos abandonen y todo a nuestro alrededor se derrumbe. ¡Confío en ti Señor!

Que nuestra fe en Cristo, los acompañe, proteja y bendiga siempre.

cpomah@yahoo.com

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