LA CARROCA

Las piedras de Hildegard

Por Soraya Valencia Mayoral
domingo, 17 de septiembre de 2017 · 00:00

Hace más de nueve siglos nació Hildegard von Bingen, mística, profetisa, predicadora, conocedora de la herbolaria y la medicina tradicional, compositora, músico, (se le atribuye el conocido himno Veni Creator Spiritus), escritora, con un profundo interés por el lenguaje de los símbolos, por el estudio de la naturaleza. Una inteligencia brillante, un espíritu sensible e inquieto, una mujer de fe, heredera del conocimiento científico y la sabiduría popular de su tiempo. Su obra Scivias, conoce los caminos, -traducida por primera vez al español y publicada por Editorial Trotta en 1999- fue el texto teológico más conocido y estudiado hasta la aparición de la Summa Theologiae de Tomás de Aquino. Hildegard rompió con el esquema vigente de los monasterios femeninos, que dependían de y se subordinaban a los masculinos, al fundar su propia casa en Eibingen y posteriormente en Rupertsberg. Mantuvo correspondencia con papas, cardenales, arzobispos y con el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico Barbarroja. Desde su muerte, el 17 de septiembre 1179 a los 81 años, la abadesa fue venerada como santa y así considerada por los fieles durante siglos. En 2012 el papa Benedicto XVI le otorgó el título de Doctora de la Iglesia.

Entre sus obras llama mi atención, por ser un libro de divulgación para los profanos, Physica, tratado sobre las propiedades curativas de las plantas, los animales y las piedras. El Libro IV de la Physica describe los poderes curativos de las piedras preciosas y semipreciosas (esmeralda, jacinto, ónice, berilio, sardónice, zafiro, sardo, topacio, crisólito, jaspe, prasio, calcedonia, crisoprasa, carbunclo, amatista, ágata, diamante, magnetita, ligurio, cristal de roca, margaritas, perlas, cornalina, alabastro y caliza). Esta obra, al igual que el resto de la producción de Hildegard, ha sido traducida al español hace relativamente pocos años. Pertenece al género de los lapidarios, que desde épocas muy antiguas -textos griegos, latinos, árabes y cristianos, además de la Biblia misma- conservaron, transmitieron y divulgaron el conocimiento sobre las virtudes de las piedras. Leer el lapidario de la abadesa de Bingen es una aventura maravillosa. Parece que las piedras son más efectivas si se encuentran en la roca madre (sin extraer ni pulir); no todos los cuerpos reaccionan igual al estímulo de la misma piedra, así que cada organismo reaccionaría de manera particular; no es sencillo saber a qué piedra se refiere el texto (si hablamos de la misma piedra nueve siglos después); algunas piedras se colocan sobre la piel, otras se lamen o guardan en la mano. Ah, y la esmeralda en su roca madre es de las piedras con mayores poderes curativos. Más allá de que usted crea o no en las propiedades de las piedras y en la sabiduría contenida en los lapidarios, si la considera superstición o magia no está de más ponderar el principio que subyace a estas creencias: los seres humanos estamos abiertos y expuestos a la influencia constante de toda la creación porque también somos creatura, sometidos al influjo de la naturaleza y, como bien se afirma hoy, somos polvo de estrellas. A tu memoria, Hildegard. Vale.

*La autora es mujer de letras sacras y profanas
 

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