MIRADOR

viernes, 11 de abril de 2014 · 22:49
Veo las primeras palmas florecidas.
Las palmas de los desiertos norteños no son las gráciles palmeras de la costa, parecidas a sensuales odaliscas.
Estas palmas son ásperas, salvajes. Se defienden de sus enemigos con aguzadas púas, y su tronco es robusto, para guardar el agua de las lluvias que a veces tardan años en caer. Pero en la época de la cuaresma florecen con la hermosura que sólo puede verse en los desiertos. Sus flores -la blancura más blanca de todas las blancuras- son un gozoso tocado sobre la testa de esas gigantas solitarias.
Llegarán las mujeres campesinas y cortarán las flores, y con ellas harán un guiso de Semana Santa, sabrosísimo. Si soy afortunado comeré flor de palma, y en silencio daré gracias a Dios, que hasta en el desierto nos regala flores de vida y de belleza.
¡Hasta mañana!...


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