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¡Feliz Navidad!

Por Blanca Esthela Treviño de Jáuregui
domingo, 24 de diciembre de 2017 · 00:00

Una carta escrita por un niño a Santa Claus fue colocada sin estampilla en un buzón de la Corte del Condado de Port Angeles, en Washington. Las autoridades postales la remitieron al Servicio de Protección al Niño, en el Estado. La carta, firmada por un pequeño de nombre Thad, dice:

“Santa Claus, por favor ayuda a mi papi y a mi mami en ésta Navidad. Mi papi no está trabajando y recibimos poco alimento ahora del Welfare. Mi mami nos da el alimento que le toca comer a ella. Por favor, ayúdalos.

“Yo quiero ir al Cielo para estar con los Ángeles. ¿Me puedes llevar con ellos en tu trineo? Así mi mami y mi papi no tendrían que comprar cosas para mí. Así no tendrían que preocuparse. Por favor, tráele a mi papi un empleo y algunos alimentos. Yo vivo en la misma casa que el año pasado. Pero ahora tenemos velas. Un hombre de la ciudad vino y apagó las luces. Parece que ya no viviéramos aquí. Pero aquí vivimos. Esperaré por ti a que vengas a mi cuarto. No voy a dormir. Cuando des un empleo a mi papi y algún alimento a mi mami, me iré contigo y los renos al Cielo. Feliz Navidad para ti y para la señora Claus, y también para los duendes.”

Concluye la carta con la firma: ‘Thad’. Junto al nombre aparece dibujado un arbolito y un trineo lleno de regalos, tirado por los renos y conducido por Santa Claus: los símbolos modernos de la Navidad.

La carta de Thad no sólo es triste, sino que revela las circunstancias de nuestro tiempo: padres preocupados por las exigencias materiales, y niños con hambre de amor y de fe. El cristianismo de nuestros días se ha dejado envolver en la maquinaria de la comercialización: los pesebres y estatuillas de barro de los ‘Nacimientos’ han sido substituidos en muchos hogares por el árbol de Navidad y Santa Claus. Parece ser que bajo el sortilegio de las esferas del pino y el intermitente parpadeo de los focos de colores importados hubiéramos olvidado el enorme simbolismo que encierra nuestro tradicional Nacimiento.

El motivo de la celebración cristiana es un Niño que nació en Belén. Un Niño que habló al mundo de tres regalos: luz, sal y levadura. Sin embargo, no son regalos materiales, provienen del ser mismo de cada persona.

En las Sagradas Escrituras, la luz, la sal y la levadura revisten un gran simbolismo. La luz, aunque materia, es intangible: el más espiritual de los elementos. La luz convierte la incertidumbre de la noche en la certeza de un nuevo día, con sencillez encantadora, sin ruido, sin estridencias, sin cortes bruscos, sin oscilaciones perturbadoras. La sal en tiempos bíblicos era el elemento fundamental para la conservación de los alimentos: mejoraba su sabor y evitaba su descomposición. La levadura era un gran misterio: multiplicaba muchas veces el tamaño de la masa, y le daba consistencia y suavidad. Un puñado de levadura tenía la fuerza suficiente para fermentar una masa infinita.

El cristianismo trabaja de dentro hacia afuera: debe iluminar primero la mente, luego fermentar el corazón, y después mejorar la calidad de vida en el mundo. Donde hay guerra, debe hacer la paz, donde hay odio, amor; donde hay explotación, justicia. Con delicadeza, como la luz. Con sabor, como la sal. Como levadura: en forma rápida y misteriosa.

La crisis económica lleva a muchos al borde de la histeria durante las fiestas decembrinas. Olvidan compartir lo más preciado que se encuentra en el corazón de cada persona: la capacidad de amar. Sin embargo, después de más de dos mil años, los regalos de que hablaba el Niño Jesús, siguen esperando ser descubiertos en la mente y en el corazón de los habitantes de la Tierra: paz, amor, y justicia.

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