De política y cosas peores

jueves, 10 de abril de 2014 · 22:43
El marido: "Me dicen que me has sido infiel muchas veces”. La esposa, enojada: "¿Y no te han dicho de las muchas veces que te he sido fiel?”. El club de veteranos se llamaba "Los minifaldos”, porque todos estaban a 5 centímetros del hoyo. Decía uno de los socios: "En el club no hablamos de política porque eso da origen a discusiones. Por lo mismo no hablamos de deportes. De religión tampoco hablamos por respeto a las creencias de cada quien. Y de sexo no hablamos porque ya no recordamos qué es”. Declaró, pesaroso, Empédocles Etílez: "Perdí mi salud bebiendo a la de otros”. Manifestó Celiberia Sinvarón, madura señorita soltera: "Tengo un perro que gruñe, una chimenea que echa humo y un gato que se la pasa fuera toda la noche. ¿Para qué chingaos quiero un marido?”. Hay quienes dicen que escribir es tarea muy gravosa. Comparan las dificultades de este oficio con las penalidades de parir Sycios edulis, que tal es el nombre científico del chayote. Tengo colegas que cuando escriben sufren pringapiés o carrerillas, se les encogen las partes pudendas, sienten repeluznos en el píloro y les late con violencia el corazón. Para quien esto escribe, en cambio, escribir es un deleite. Aguardo cada día, ansiosamente, la hora de ponerme, no a trabajar, que para mí esto de hilar palabras no es trabajo, sino a compartir mis pensares y sentires con la gente, pues a mi entender la comunicación es comunión, es como unión. Por eso desde hace casi ya seis décadas escribo los 365 días del año, con una sola excepción: cuando es año bisiesto, pues entonces escribo 366 días. Soy un feliz galeote de la pluma. Escribir es para mí como respirar; por eso, Deo volente, dejaré de escribir cuando deje de alentar. Bello quehacer el mío, que me da al mismo tiempo el pan y la felicidad. De rodillas debería yo vivir dando gracias a Dios y a mi prójimo -a mis cuatro lectores- por esa bendición. Si algún cansancio pusiera en mí la tarea de escribir esa fatiga se disiparía con sólo leer un mensaje como este que recibí de una joven lectora en Monterrey: "Hoy tuve la fortuna de escucharlo en la conferencia que organizó la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Nuevo León. En cuanto usted empezó a hablar recordé las veces en que llegaba de la secundaria para leer, con el uniforme escolar puesto aún, su columna (aunque mis papás no me quisieran explicar los chistes); en que me formé para comprar sus libros, y las mañanas que pasé viendo las noticias para esperar su segmento. Levantarme y aplaudir, y con ambas manos para mayor efecto, fue un pequeño ‘gracias’ de parte de una estudiante común que es admiradora suya desde hace mucho tiempo. No creo que tenga usted idea de lo mucho que para mí significan las palabras que tan sabiamente escoge para comunicarse. Todos los días es una delicia leer a alguien a quien no conozco personalmente, pero que me hace ver de una manera optimista la situación de mi país. Creo que no hay nada más noble que lo que usted hace: inspirarme (y a muchos más) a hacer algo por mí y nuestra nación, y hacernos pensar que pueden venir cosas mejores si hacemos algo al respecto; hacerme reír y alejar un ratito los problemas, y terminar en Mirador y llevarme una pequeña reflexión para el resto del día. Y eso es todos los días. Probablemente usted no lea esto, o muchos le digan lo mismo, pero creí necesario escribir esto después de verlo en vivo por primera vez. Usted no tiene cuatro lectores: aquí está la quinta. PD. Felicidades por sus 50 años de matrimonio. Su historia fue lo más lindo que escuché hoy. Con mi más sincero respeto, cariño y admiración. Samantha González Hurtado”. Gracias, Samantha. Un mensaje como el tuyo es la mejor recompensa que un escritor puede recibir. Decía Babalucas: "Pertenezco al Club de Yates, pero como no tengo uno debo nadar”. El niñito le preguntó a su padre: "Tatá: ¿poqué hablo atí?”. "No sé, hijo -respondió el señor-. Pregúntale a tu mamá”. Fue el pequeño con su madre y le hizo la misma pregunta: "¿Poqué hablo atí?”. "No sé, hijito” -contestó la señora. En ese momento sonó el timbre de la puerta. Era el lechero. Le preguntó el niño: "Teñól: ¿poqué hablo atí?”. Respondió el individuo: "No té”. FIN.


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