La aparición

martes, 19 de agosto de 2014 · 22:29
"¡No puedo creer que te estés acostando con mi mejor amiga!” -le dijo con enojo doña Macalota a su coscolino esposo don Chinguetas. Replicó éste: "¿Tan difícil te resulta creer que me encuentre atractivo?”. "Claro que sí -contestó ella-. Sobre todo después de lo mal que le he hablado de ti”. Pirulina, muchacha fácil de cuerpo, hacía una distinción entre los hombres. Decía: "Si no me gustan, me dejo. Si me gustan, colaboro”. Reveló muy nervioso a sus músicos el maduro director de la sinfónica: "Debo estar volviéndome loco. Está empezando a gustarme el rock”. El enamorado le propuso matrimonio a su dulcinea, y ella inmediatamente le dio el sí. Feliz, el muchacho llamó por el celular a su papá y le dio la buena noticia: estaba comprometido ya para casarse. Le dijo el padre, hombre machista: "Ahora vamos a saber si eres un hombre de verdad o un ratoncito. Si esta misma noche le haces el amor a tu novia, es que eres un hombre. Si te esperas a hacérselo hasta que estén casados, entonces eres un ratoncito”. "Caramba -se preocupó el muchacho-. En ese caso debo ser una ratota. Ya se lo he estado haciendo desde hace más de un año”. Don Sinople, hombre rico, pilar de la comunidad, compró en una elegante joyería un hermoso y carísimo brazalete de esmeraldas. Le preguntó el joyero al tiempo que se lo entregaba: "¿Es para su esposa?”. En ese mismo instante entró por casualidad en el local doña Panoplia de Altopedo, la esposa de don Sinople. Contestó él, mohíno: "Ahora lo es”. Rosa del Tepeyac Flores Dávila, gentil e inteligente amiga, hija de quien fue gobernador de Coahuila, don Óscar Flores Tapia, me relató una anécdota de su padre que me conmovió. En su lecho de muerte don Óscar le contó que se le había aparecido Jesús. "Mi papá jamás se anduvo con medias tintas -comenta Rosita-. No se le apareció un ángel, o un santo, y ni siquiera la Virgen María: se le apareció Jesús en persona”. Don Óscar le hizo saber a su hija el mensaje que recibió del divino maestro: "Me dijo que me fuera sin pendiente por Orozco. Que Él no lo dejará de su mano”. Aun en presencia de la muerte Flores Tapia se preocupaba por Roberto Orozco Melo, colaborador cercano suyo y, desde la juventud, su más cercano amigo, el que le fue leal hasta lo último y lo acompañó en días de tribulación. Hombre bueno es Roberto, hombre de bien. A su elevada calidad humana añade una fina sensibilidad: su poesía ha merecido el honor de las antologías, y su obra periodística -la empezó en Parras, su solar nativo, al lado de José Natividad Rosales- tiene importancia primordial. Sintió la vocación del servicio público: fue un excelente alcalde de Saltillo, diputado a la legislatura local y secretario general de Gobierno. Ahora Roberto nos entrega su más reciente libro: "Óscar Flores Tapia de cerca y de lejos”. Es el retrato de un hombre de origen modestísimo que llegó al máximo cargo civil de su Estado. Fruto de su tiempo y de su circunstancia, Flores Tapia tuvo aciertos y errores, pero amó intensamente a Coahuila y a Saltillo, su ciudad natal, y les dio lo mejor de sí mismo. Cuando se vio obligado a dejar el poder lo hizo con serenidad, sin amarguras ni rencores. La gente común -soy parte de ella- le guardó afecto siempre, y lo sigue recordando con cariño y agradecimiento. El libro de Orozco Melo aparece en una pulcra, pulquérrima -¿cómo voy a dejar pasar la ocasión de usar ese inusual superlativo?- edición de Miguel Ángel Porrúa, gran editor, librero grande. Testimonio político de primera mano, es sobre todo un entrañable homenaje de un amigo a su amigo. En estos tiempos -y en todos- eso vale mucho. Hubo un pleito en la boda. Los invitados se trenzaron en una pelea a puñetazos, remoquetes, tortazos, puñetes y guantazos, si bien quizá no necesariamente en ese orden. Llegó la policía, y un oficial preguntó a los rijosos: "¿Quién empezó el pleito?”. "Señor oficial -se adelantó un sujeto-. Yo fui novio de la recién casada. Le pedí que bailáramos una pieza -Amor perdido, por más señas-, y estábamos bailando comedidamente cuando llegó el novio y sin razón alguna le dio a su mujer un tremendo puntapié en las pompas”. "¡Caramba! -dijo el policía-. ¡Debe haberle dolido mucho!”. "¡Claro que me dolió! -exclamó con enojo el ex novio-. ¡Con la patada me quebró dos dedos de cada mano!”. FIN.

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