Lilis, el dictador

miércoles, 27 de agosto de 2014 · 22:17
El marido encontró a su mujer en la cama con un disc jockey. Explicó la señora: "Tú me dijiste que podía tener un tocadiscos”. Un compañero de oficina le contó, desolado, a Bablucas: "Mi novia no se quiere casar  conmigo”. Le aconsejó el badulaque: "Dile que estás embarazado”. Un retraso de don Sinople fue causa de que él y su esposa, doña Panoplia, llegaran tarde al concierto de la sinfónica. "¿Qué están tocando?” -quiso saber ella. Contestó él: "La Quinta Sinfonía de Beethoven”. "¿Lo ves? -le reprochó con acritud doña Panoplia-. Por tu culpa nos perdimos las otras cuatro”. Dos amigos fueron de cacería. Preguntó uno: "¿Para qué traes esa navaja?”. Respondió el otro: "Si me muerde una serpiente de cascabel me haré una incisión en cruz y chuparé la sangre para extraer el veneno”. Inquirió el primero, burlón: "¿Y si la víbora te muerde en la pudenda parte?”. Contestó el otro: "Entonces sabré si verdaderamente eres mi amigo”. Hilarión Ulises Heureux Level, llamado Lilís, por el Ulises, fue dictador de la República Dominicana a fines del siglo diecinueve. Desde joven mostró dos características que cuando van juntas son muy peligrosas: era muy malo y era muy inteligente. Cierto día apareció en su casa un individuo muerto de un balazo en la sien izquierda. El sujeto, sin embargo, no era zurdo. Cuando el juez de instrucción hizo notar esa circunstancia Lilís le dijo: "Cada quien se da muerte con la mano que le da la gana”. Insistió el juez en sus dudas, tendientes a detener a Lilís y procesarlo. Entonces él le ofreció un fajo de billetes. Los tomó el funcionario con la mano derecha, se los embolsó y se dispuso a retirarse. "¿Lo ve usted, señor letrado? -le dijo Lilís en tono de sorna-. Cada quien se da muerte con la mano que le da la gana”. Por azares de guerra llegó a ser general, y por cosas de la política llegó a ser presidente. Estableció una dictadura policíaca que mantuvo con mano firme durante años. A sus opositores les decía: "No me muevan el altar, porque se les caen sus santos”. Tenía un raro ingenio. En guerra civil con sus contrarios uno de sus generales le dijo, temeroso al ver el tamaño y fuerza de las tropas enemigas: "Ese ejército es de pinga pará”. "Entonces -replicó Lilís- con una paja tiene”. Y ordenó disparar al mismo tiempo todos sus cañones, con lo que dispersó a sus adversarios y los venció. Hay en ese relato un juego de palabras. "Pinga pará” es miembro viril en erección, y "paja” es al mismo tiempo masturbación y mecha con que se encendía la pólvora de los cañones. Era de raza negra este hombre. Solía decir: "El negro llora de noche”. Y escribió: "El hombre ha de saber tres cosas en la vida: saber ser pobre, saber ser solo y saber ser viejo”. A un sirviente suyo, negro como él, se le murió un hijo de dos meses de nacido. El hombre le pidió a Lilís una ayuda económica. "Para enterrar al angelito” -dijo. Preguntó Lilís: "¿De qué color era tu hijo?”. "Negro, claro” -respondió desconcertado el hombre. "Entonces no es angelito, hermano -le dijo con tristeza Lilís-. Es solamente muertito”. Quizás en en esa anécdota está la raíz del poema, luego hecho canción, en que Andrés Eloy Blanco habló de los angelitos negros. Lilís hacía levas para engrosar sus filas. Les ponía un recado a sus generales: "Ahí les mando 150 voluntarios. Devuélvanme las sogas”. Porque los "voluntarios” iban amarrados. Lilís murió asesinado. Lo balearon unos muchachos de buena sociedad enemigos de su dictadura. Cosido a balazos caminó hacia sus atacantes, y éstos retrocedieron espantados mientras seguían disparando sus pistolas. Lilís, sonriente, hacía como que apartaba las balas con su sombrero panamá. Muerto, conservó aquella irónica sonrisa. Quizá se reía de sí mismo. A lo que voy es a contar que un cierto amigo suyo a quien había dado un cargo solía expoliar al pueblo. Eso fue causa de agitación y de protestas. Lilís destituyó al funcionario. Le dijo: "Hay que saber desplumar a la gallina sin que grite”. Me pregunto si los contribuyentes mexicanos, que mantenemos a partidos quirópteros voraces, a diputados y senadores que no pasan por las urnas, a una profusa e insaciable casta política que crece cada día, no somos esa gallina a la que se despluma sin que grite. FIN. 

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