Reforma agraria

viernes, 12 de septiembre de 2014 · 22:16
La señora se presentó ante el juez de lo familiar. Llevaba ya 40 años de casada, le dijo, y quería divorciarse de su esposo. Añadió: "Tengo una causa gorral”. "Querrá usted decir una causal” -la corrigió el juzgador. "No, señor juez -repitió ella-. Una causa gorral”. El letrado se desconcertó. "No recuerdo -dijo a la mujer- que el Código Civil contenga esa palabra. Ciertamente no es término jurídico”. "Sí, su señoría - insistió la señora-. Causa gorral. El caborón de mi marido ya me tiene hasta el gorro”... El indignado caballero protestó muy ofendido al registrarse con su pareja en el hotel: "¡Por supuesto que somos marido y mujer, señor mío! ¡Ella es la esposa del señor Cornato, y yo soy el marido de la señora Frigider!”... La famosa actriz de telenovelas fue a confesarse con el padre Arsilio. Le dijo: "Me acuso, padre, de que mi productor  me llevó a su departamento”. "¿Y luego?” -preguntó el buen sacerdote. "Me ofreció una copa”. "¿Y luego?”. "Empezó a abrazarme y a besarme”. "¿Y luego?”. "Me llevó a la recámara”. "¿Y luego?”. "Me pidió que me quitara la ropa”. "¿Y luego? ¿Y luego?” -preguntó ya impaciente el padre Arsilio. Respondió la actriz de telenovelas poniéndose en pie para retirarse: "Continuará en la próxima confesión”... El condenado a muerte recibió impertérrito, impávido e incólume la fatal sentencia: sería ejecutado a las 6 de la mañana del siguiente día. Como última voluntad pidió pasar la noche con su esposa. Hizo el amor con ella dos, tres veces. A las 5 de la mañana la despertó de nuevo. Quería hacer aquello por última vez. Protestó con enojo la señora: "¡Qué bien se ve que tú no tienes que trabajar hoy!”... Babalucas llegó presuroso a un restorán y ocupó la primera mesa que miró vacía. Acudió rápidamente el mesero. (Nadie olvide que éste es un cuento). Dijo: "A sus órdenes, señor”. "Estoy de prisa -le indicó Babalucas-. Tráeme la cuenta”. Se casó Dulcilí, muchacha ingenua, con Afrodisio, individuo diestro en toda suerte de concupiscencias. Al empezar las acciones tendientes a consumar el matrimonio Dulcilí le pidió a su ardiente amador: "Te suplico, Afrodisio, que seas delicado. Recuerda que tengo débil el corazón”. "No te preocupes, amor mío -respondió acezante el anheloso tipo-. No llegaré hasta ahí”... Alguna vez se hará el balance real de los daños y beneficios que la reforma agraria trajo a México. Las buenas intenciones causan a veces daños graves. La verdad es que la hacienda mexicana era una entidad altamente productiva. Si bien hubo algunos terratenientes malos, la generalidad de los hacendados eran hombres paternalistas que cuidaban de sus trabajadores, siquiera fuese por el interés de seguir contando con su mano de obra. Con el reparto de las tierras y la creación del ejido se vino abajo aquel eficiente sistema de producción, y el campo terminó por ser improductivo. El actual éxodo de campesinos a las ciudades; la forma en que miles de ellos arriesgan hasta la vida para ir a trabajar en los Estados Unidos, son prueba fehaciente de ese fracaso. El problema, desde luego, es multifactorial, según se dice ahora con lenguaje hinchado, pero los efectos de aquella reforma están a la vista. Ahora cientos de miles de campesinos viven de milagro, por no decir que de limosna. Es la verdad. Libidiano Pitonier, lúbrico galán, logró después de múltiples instancias que Susiflor le hiciera ofrenda del íntimo tesoro que tenía reservado para el hombre a quien daría el dulce título de esposo. Tan ignívomas fueron las solicitaciones del amador salaz que ella rindió por fin la fortaleza de su integridad. Cobrando estaba Pitonier el premio a su tesón cuando ella le dijo: "¿Me amas, Libidiano?”. Sin dejar de hacer lo que estaba haciendo replicó él, impaciente: "¿Que si te amo? Pero, mujer, ¡cómo se te ocurre hablar de amor en un momento como éste!”... Llorosa y gemebunda Dulcilí les anunció a sus padres que ella también iba a ser mamá. "¡Zambomba! -exclamó el señor, que en su niñez había leído Los Halcones Negros-. ¿Cómo pudo pasarte eso?”. Explicó Dulcilí: "¿Recuerdan ustedes que cuando mi hermana casada no lograba tener familia le consiguieron una oración especial para encargar? ¡Sin darme cuenta la leí!”... Don Algón le pidió un café a su secretaria Rosibel. Ella se lo llevó. Le preguntó don Algón: "¿Está caliente?”. "¡Ay, señor! -se ruborizó la muchacha-. ¡No imaginé que lo que usted quería era otra cosa!”... FIN.

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