XXIX Domingo Tiempo Ordinario Ciclo C

“Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?” (Lc 18, 1-8)
sábado, 19 de octubre de 2013 · 23:16
Ensenada, B.C. - En el Evangelio del domingo pasado, Jesús nos recordaba que tenemos que dar siempre gracias a Dios por todos los dones que nos regala, y hoy nos recuerda que también es bueno pedir. Por eso Jesús cuenta la parábola del juez inicuo para explicar cómo tenemos que orar siempre sin desanimarnos.
Jesús nos enseña que la primera condición para orar, es vivir convencidos de que Dios es alguien cercano, que nos quiere más que nadie, nos escucha, nos apoya en nuestra vida, que está siempre contigo, y con cada uno de nosotros.
Orar es pensar en Él, dialogar con Él, vivir con Él. Jesús lo hacía así. No es tan difícil. Santa Teresa decía: "la oración es un trato de amistad, estar, hablar con quién sabemos que nos ama y siempre nos escucha”. ¿Por qué no lo intentamos? Con Dios podemos hablar de todo.
Al pedir reconocemos nuestra limitación y ponemos nuestra confianza total en Dios. La fe sostiene nuestra esperanza en Dios está siempre está a favor nuestro. Muchas veces no sabemos pedir y por eso nos decepcionamos si Dios no nos concede al instante lo que pedimos.
Dios no es un talismán, o un mago que nos soluciona los problemas. ¿Por qué parece que Dios a veces no responde nuestras oraciones? Porque la mayoría de las veces pedimos lo que no nos conviene. Pero, si nosotros no sabemos pedir cosas buenas, El sí sabe dárnoslas. Por eso la oración debe ser confiada en lo que Dios decida, y a la vez perseverante. A lo mejor Dios no nos da lo que le estamos pidiendo, porque no nos conviene, pero nos dará lo que sí nos conviene.
No pidamos cosas imposibles, no podemos obligar a Dios a alterar el ritmo de la naturaleza. Pidamos mejor que sepamos aceptar nuestras limitaciones y sobre todo sabiduría para asumir lo que no podemos cambiar. Cuando llega el dolor o la enfermedad tan importante es pedir la curación como aceptación, fortaleza y confianza serena ante la enfermedad.
Orar es hablar con Dios, como hablo con un amigo. Y con un amigo no uso "fórmulas” o "frases hechas”, sino que le hablo desde mi corazón y le cuento lo que llevo en él. Rezar es contarle a Dios lo que llevo en el corazón, lo que me pasa a mí día a día.
La oración no es un monólogo, sino un diálogo. No se trata de que hablemos nosotros solos, sino que también hay que saber escuchar, y por lo tanto, Dios también nos escucha, aunque esto a veces no lo tenemos del todo claro.
Podríamos preguntarnos ¿qué es lo que pedimos cuando rezamos? ¿Pedimos sólo para nosotros, para nuestro interés y beneficio? ¿Tenemos en cuenta las necesidades de nuestro alrededor y a los necesitados?
Pero cabría ahora preguntarnos si nosotros, efectivamente, somos perseverantes en la oración, o si desistimos después de dos o tres intentos. Tal vez nos contentamos con pedirle a Dios una o dos veces aquello que necesitamos, y ya. Pero Jesús nos enseña una cosa muy distinta. Nos viene casi a decir que Dios quiere que lo "saturemos” con nuestras súplicas; Él quiere que insistamos en la oración y así probamos la fe, la confianza y el amor filial que le tenemos.
Pero, para ello, necesitamos de una fe muy grande y muy viva en Dios nuestro Padre; y una fe en que, aquello que le pedimos, nos lo va a conceder. Y es lo que Jesús nos dice al final del evangelio de hoy: "Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. Es una pregunta muy fuerte e impresionante. Al menos, ¿tenemos nosotros esa fe que nos pide nuestro Señor? ¿Es tan grande nuestra fe que es capaz de iluminar las tinieblas del mundo en que vivimos y de alimentar la fe de los demás?... Ojalá que sí. Pidámosle hoy a Jesús esa gracia.

Que la oración nos ayude a crecer en el amor a Dios y a los hermanos, los bendiga hoy, proteja y acompañe siempre.

cpomah@yahoo.com

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