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Apasionada de la lingüística

La investigadora del INAH, Ana Daniela Leyva, considera que descubre nuevos mundos a través del estudio de lenguas indígenas.
lunes, 30 de marzo de 2015 · 00:00
Joatam de Basabe/Colaborador
 
Ensenada, B. C. - Es difícil describir a una investigadora, profesora, lingüista, que le gusta igual el café que el té, que le gusta correr pero también cocinar, que le gusta la literatura pero también las matemáticas, que gusta igual de las artes que de las ciencias; simpática, inteligente, guapa, soltera y científica. 
Nació en la Ciudad de México y radica en Ensenada desde hace cinco años. Ana Daniela Levya González es investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), para el que desarrolla un proyecto de investigación sobre la fonología (describe el modo en que los sonidos funcionan), y morfología (estudia la estructura interna de las palabras para delimitar, definir y clasificar) de la lengua kumiai, así como su documentación. 

A la par, es profesora en la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), donde imparte clases en la licenciatura de Ciencias de la Comunicación, siguiendo así una especie de tradición familiar, ya que sus padres Herminio Leyva y Sofía González, también dedicaron su vida laboral a impartir clases.

Luego de que se inscribiera a clases de Náhuatl en el Instituto Cultural Cabañas de Guadalajara, cuando cursaba el último año de preparatoria, nació en Leyva González un interés especial por las lenguas indígenas, así que se decidió a estudiar Antropología; decisión que al final cambió después de una serie de sucesos. 

"Me gustaba mucho la literatura, tomaba talleres de poesía y de dramaturgia, pero también me gustaban las matemáticas, y las ciencias sociales me apasionaban (...) fui a la Escuela Nacional de Antropología e Historia y en el curso de inducción nos daban un par de clases de cada carrera; cuando tocó lingüística dije: esto lo tiene todo, todas mis pasiones están aquí...me encantó”, recordó Daniela, enfatizando que jamás se ha arrepentido de esa decisión. 

Fue mientras estudiaba la licenciatura que comenzó a ir a la sierra Tarahumara, donde aprendió a hablar rarámuri. Ya cuando estaba por hacer la tesis comenzó a dar clases de tarahumara en la Escuela de Antropología e Historia del Norte de México, en Chihuahua; un año después se regresó a la Ciudad de México para cursar el posgrado. 

"Decidí regresar al DF a hacer el programa de maestría-doctorado en lingüística, en El Colegio de México; de esa decisión tal vez sí me arrepentí, porque en el quinto semestre (de seis) me salí...tenía que hacer una pausa en mi vida (...) me fui a Guadalajara, con mis padres; estuve dando clases en la preparatoria de la Universidad del Valle de México”, recordó. 

Después de un año y medio de estar alejada de su amada profesión, la mente de Ana Daniela pedía regresar a la lingüística; fue entonces que todo se comenzó a acomodar para su regreso a la ciencia que la ha traído hasta tierras ensenadenses. 

En 2009, el INAH lanzó una convocatoria para ocupar una plaza de lingüística en Guerrero y otra en Baja California. Aunque en Chilpancingo hubiese tenido la oportunidad de estudiar el náhuatl que es una lengua más relacionada con el tarahumara, que ya conocía, Leyva decidió aventurarse a mandar un proyecto para estudiar la lengua kumiai. 

"Hablar de documentación es relevante en el caso de las lenguas yumanas, debido a su situación de desplazamiento (…) crear un acervo que permita compararlas con el habla de sus comunidades de origen”, señala Ana Daniela en un artículo escrito para la revista digital de la Universidad Nacional Autónoma de México. 
Daniela Levya recuerda con precisión y claridad el día de su arribo al puerto, lo describe como un día mágico en el que todo fue prefecto; incluso comenta que al pasar por el ex hotel Riviera quedó enamorada por completo, y se dijo que aquí era a donde tenía que llegar. 

"Era el lunes 11 de enero del 2010, estaba despejado pero hacía frío, el paisaje en la Escénica fue espectacular, llegamos a Ensenada, entramos y nos fuimos a desayunar, nos fuimos por el bulevar, estaba fascinada, dije qué lugar tan bonito (...) en la tarde ya tenía las llaves de la casa en la que viví durante los primeros dos años, al día siguiente ya tenía cama, mesa y amigos”, describió Ana Daniela...
 
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