Raíces

El Cañón del Paraiso

Este lugar era muy conocido por los cochimí, quienes lo apreciaban por su relativa abundancia de agua y su abundancia en alimento. En varios puntos del cañón se puede apreciar la antigua presencia indígena, sobre todo por sus pinturas rupestres, algunas de la vieja tradición Gran Mural, por lo que su edad se remonta a tres o cuatro milenios antes
domingo, 22 de enero de 2017 · 00:00
CARLOS LAZCANO/COLABORACIÓN
clazcano@elvigia.net | Ensenada, B. C.

Uno de los sitios más hermosos de nuestro desierto Central, hoy parte de la Reserva de la Biósfera "Valle de los Cirios”, los es sin lugar a dudas el cañón conocido por los lugareños como El Paraiso; sí, así como se escucha, El Paraiso, sin acento en la ‘i’, que es como normalmente se escribe la palabra paraíso.

Este cañón se localiza entre las misiones de San Francisco de Borja y Santa Gertrudis y su acceso no es sencillo. Lo más fácil es llegar a pie o a caballo siguiendo la antigua vereda del camino misionero. Hay algunas brechas de terracería que lo acercan a uno a este lugar, parten de Villa Jesús María, pero sin lugar a dudas tiene un gran encanto llegar a él desde el antiguo camino de los misioneros.

Antiguamente, este cañón era muy conocido por los cochimí, quienes lo apreciaban por su relativa abundancia de agua y por lo mismo en su anterior no escaseaba el alimento, tanto de origen vegetal como de origen faunístico. Es en varios puntos del cañón donde podemos apreciar la antigua presencia indígena, sobre todo por sus pinturas rupestres, algunas de la vieja tradición Gran Mural, por lo que su edad se remonta a tres o cuatro milenios antes.

Este cañón es gran belleza natural y conserva una rica biodiversidad y por lo mismo es apreciado por los rancheros y por los estudiosos de la historia natural de nuestra tierra. Su longitud es de alrededor de treinta kilómetros y su profundidad máxima anda por los quinientos metros, por lo que tiene parajes de cierta espectacularidad. 

Su origen tiene que ver con los derrames volcánicos que ocurrieron durante el terciario, hará unos 20 a 25 millones de años, por lo que su estructura geológica está conformada principalmente por rocas de origen volcánico.

Dentro del cañón podemos encontrar borrego cimarrón, venados, pumas, gato montés, diversas especies de conejo y ardillas, así como ratones y otros mamíferos de pequeño tamaño. Uno muy especial es el murciélago, ya que ahí habitan varias especies de este animal, las cuales ayudan a polinizar numerosas especies del desierto. 

Entre su flora se encuentran numerosas especies de cactáceas, grandes grupos de palmeras, especialmente la palma azul, endémica de Baja California, grandes cardones, pitayas, garambullos, choyas, ocotillos y muchas plantas más. Lo que le da su toque distintivo son los grupos de palmeras, los que destacan de entre las paredes del cañón.

EL PARAÍSO DE LOS CALIFORNIOS
El Paraiso tiene su historia. El primero en registrarlo fue el misionero jesuita Fernando Consag, cuando exploró la región saliendo de la misión de Santa Gertrudis, en 1751. Como sabemos, Consag buscaba, entre otras cosas, parajes apropiados parea fundar misiones. Un día sus indios le dijeron de un sitio donde abundaba el agua y el tipo de comida que les gustaba a los cochimí, a quienes los misioneros nombraban como los "californios”. 

Según le dijeron el paraje era como un "paraíso” para los californios, y así, cuando Consag finalmente registró el sitio lo bautizó como "el Paraíso de los Californios”. Con el tiempo desapareció la parte de los californios y Paraíso cambió Paraiso, como hoy se conoce. 

Posteriormente dentro de este cañón los misioneros establecieron un rancho ganadero el cual dependía de la misión de Santa Gertrudis y posteriormente fue de la de San Francisco de Borja. Actualmente aún quedan algunos vestigios de este rancho, y los vaqueros aún lo utilizan y lo siguen llamando El Paraiso.

Siguiendo el camino desde Santa Gertrudis, para penetrar al cañón hay que bajar una empinada cuesta, la que suele mostrar hermosas visiones. A media cuesta hay un planito en donde abundan las palmeras azules, señal de que brota agua por ahí. Al final del descenso se llega al rancho San Bartolo, unos de los parajes que utilizan los vaqueros de esta parte para llevar y cuidar el ganado, ya que el cañón normalmente lleva agua todo el año. Fue precisamente gracias al agua que los misioneros lo utilizaron para que por él pasara el camino misionero.

La última vez que visité este cañón lo hice a caballo, y tomamos un descanso en San Bartolo, aprovechando para comer algo, por lo cual sacamos la cecina de las alforjas y la suavizamos al fuego de la fogata. El paraje tiene un buen manantial, por lo que saciamos la sed y llenamos a tope las cantimploras. 

Debido a la presencia del agua, este sitio fue utilizado durante un tiempo inmemorial por los indios cochimí; testimonio de ello es que vimos sobre un muro de granito, a la orilla del arroyo, una hermosa pintura rupestre que representaba a un gran venado. Su estilo es Gran Mural, el mismo de la famosa Sierra de San Francisco, en Baja California Sur. 

Después del descanso proseguimos la cabalgata internándonos dentro del cañón, aguas arriba. Pasamos por una serie de parajes que utilizan los vaqueros que trabajan ganado en esta parte. El dueño de estos parajes o "campos” es don Ramón Villa, de Villa Jesús María, quien ha llegado a manejar aquí hasta 400 cabezas de ganado. 

Entre estos parajes pasamos por Santa Martha, la Puerta, San Luisito y la Penitencia. El recorrido lo hicimos siguiendo el cauce del arroyo, entre las grandes paredes de piedra del cañón, cruzando entre las cactáceas y otras plantas propias de esta región como el dipugo, el sauce, el polo blanco, entre las más importantes.

Llegamos a la Penitencia prácticamente de noche y ahí nos quedamos, ya que cuenta con un pequeño corral y agua, además de algunas comodidades para preparar la comida. Puse mi tendido sobre el piso y admiré las estrellas entre las cactáceas.

¿Cuántas veces habrá vista una escena similar el padre Fernando Consag? Él siempre oraba por la noche, incluso de madrugada, seguramente lo hizo muchas veces a la luz de las estrellas, durante sus exploraciones. Yo hice lo mismo, y le di gracias a Dios por que nos fue bien esa jornada y por el privilegio de poder visitar y disfrutar de sitios como éste. Casi nunca llevo tienda de campaña, prefiero utilizar el cielo nocturno como manta, para así apreciar las estrellas y su silencio.

RANCHO PARA SANTA GERTRUDIS
Al día siguiente, llegamos al antiguo rancho misional del Paraiso, hoy en ruinas y que muy ocasionalmente utilizan los vaqueros. Éste fue el sitio que Consag escogió como rancho para Santa Gertrudis, allá a mediados del siglo XVIII. Se aprecian restos de alguna construcción sencilla y de corrales. Hay un corral en buen estado el cual utilizan los vaqueros.

Entre los vestigios localicé algunas manos de metate y un metate, los que utilizaron los vaqueros antiguamente.

Existen varias cuestas para descender a este cañón, ninguna es fácil por lo empinado y lo quebrado de la roca. Hay dos ramales del camino misionero que pasan por este cañón. Ambas pasan por parajes muy bellos que vale la pena recorrer.

Cuando salí del cañón, para dirigirme a la misión de San Francisco de Borja, lo hice por la cuesta del Dipugo, la que es algo prolongada y ofrece excelentes visiones del cañón. Debe su nombre a que al pie de ella se encuentra un gran árbol de dipugo, también conocido como árbol verde. El nombre dipugo es de origen indígena cochimí, quienes utilizaban sus semillas como alimento. Hoy es muy buscado por los vaqueros ya que es una planta muy apreciada por los caballos y las mulas, y andando de gira por el desierto sustituye muy bien al pasto.

En lo alto de la cuesta, ya para seguir por las mesas, hay un pequeño descanso desde donde se tiene una amplia vista del cañón. Desde ahí se aprecia su profundidad y lo quebrado de su geografía.

¡Que hermoso es este cañón! Tengo fresco en mi memoria el recuerdo de los días que lo recorrí con los vaqueros, de los campamentos y las fogatas, de las noches llenas de estrellas, del aullido del coyote, del fresco de la mañana.
 
Son instantes únicos que siempre procuro aprovechar al máximo, y desde luego los revivo mágicamente gracias a la oportunidad que tengo de compartir estos sitios con los lectores de El Vigía.

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