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Misiones de las Californias XL: Misión de San Pedro Mártir de Verona

El padre fray José Loriente estableció esta misión a orillas del gran Valle de La Grulla, pero duró pocos meses a causa del intenso frío y las nevadas, por lo que fue cambiada al Valle de la Misión. Debido a su poca población y a su aislamiento, en 1824 fue cerrada y su población trasladada a Santo Domingo. En nuestros días, son pocos los vestigios que quedan de la misión
domingo, 24 de diciembre de 2017 · 00:00

CARLOS LAZCANO/COLABORACIÓN
carloslascano@hotmail.com | Ensenada, B. C.

Sin lugar a dudas, los vestigios de la misión de San Pedro Mártir de Verona son los más difíciles de acceder. Por donde sea que se le quiera llegar son dos días y sólo se podrá hacer a pie o a caballo. Se encuentra en uno de los valles de la parte alta de la Sierra de San Pedro Mártir, la que recibió su nombre gracias a la misión, ya que anteriormente se le nombraba como “Sierra de la Cieneguilla”.

Durante un tiempo inmemorial, la Sierra de San Pedro Mártir fue habitación de los indios kiliwa, uno de los grupos de la familia yumana del norte peninsular. Los primeros europeos y mexicanos en llegar a la sierra fue el grupo explorador del padre jesuita Wenceslao Linck, quienes en marzo de 1766 cruzaron la sierra desde su parte sur para arribar al desierto de San Felipe. El padre Linck había partido de su misión de San Francisco de Borja, con el fin de explorar el norte peninsular, especialmente hacia la desembocadura del río Colorado.

Sin embargo, el primero que registró esta sierra fue el padre Eusebio Francisco Kino, en 1701, quien la plasma en sus mapas con el nombre de “Sierra Nevada”, ya que la había observado con catalejos desde la costa de Sonora. Posteriormente la volvió a registrar en sus mapas el padre Fernando Consag, en 1746.

Con la llegada de los misioneros dominicos y el establecimiento de la misión de Santo Domingo de la Frontera, pronto se empezó a explorar la sierra con el fin de establecer en ella una misión. Entre 1775 y 1779 el alférez José Velázquez efectuó varias entradas; sin embargo, no se llevó a cabo ninguna fundación ya que se priorizó establecer la ruta misional que uniera con las misiones de la Alta California.

ABREN RUTA MISIONAL
Cuando finalmente fue abierta la ruta misional a San Diego, el gobernador José Joaquín de Arrillaga retomó las exploraciones en la sierra en 1793, localizando algunos sitios adecuados. De esta manera el 27 de abril de 1794 el padre fray José Loriente estableció la misión en lo alto de la sierra, en una de las orillas del gran valle de La Grulla, a más de dos mil metros sobre el nivel del mar. Este paraje es uno de los más hermosos de la sierra, ya que se encuentra rodeado de pinos y cuenta con un buen arroyo con agua permanente. Actualmente aun pueden verse algunos pocos cimientos de esta primera misión en la sierra.

Sólo unos pocos meses duró ahí la misión, ya que hacia fines del otoño el intenso frio y las nevadas, obligaron al misionero a cambiarla a un valle más abajo, el que los kiliwa llamaban Ajantequedo. Actualmente este sitio se le conoce con el nombre de Valle de la Misión. Aquí siempre corre un arroyo que lleva abundante agua, además cuenta con un pequeño manantial termal. En este valle abundan los pinos piñoneros, así como otras especies de pinos.

Aquí los misioneros dominicos empezaron a congregar a los indios kiliwa, poniendo los principios de la cultura occidental y la evangelización en esta parte. Fue levantado el templo de adobe, así como casa para los misioneros y soldados. Dio principio la agricultura, sembrándose maíz, frijol, trigo y cebada.

Más importante aún fue el inicio de la ganadería en la región, lo que dio sustento a la misión; hasta la fecha, la ganadería persiste y los vaqueros de hoy son descendientes de los soldados y vaqueros misionales, quienes aun utilizan los mismos parajes y las mismas veredas de aquel tiempo.

Esta misión duró hasta el año de 1824 y fue atendida por los siguientes misioneros: fray Calletano Pallás, fray Juan Pablos Grijalva, fray Rafael Caballero, fray Juan Rivas, fray Mariano Apolinario y fray José Caulas. Su población indígena nunca fue numerosa, y en su mejor momento llegó a tener unos cien habitantes.

Debido a su poca población y a su aislamiento, en 1824 la misión fue cerrada y su población trasladada a la misión de Santo Domingo, al pie de la sierra de San Pedro Mártir. De hecho, hasta la fecha la relación entre Santo Domingo y la Sierra de San Pedro mártir sigue siendo mucha, ya que los principales vaqueros y ganaderos de Santo Domingo tienen sus campos en la sierra, y como lo mencionaba, la mayoría descienden de esos primeros soldados y vaqueros que llegaron junto con los misioneros a fines del siglo XVIII.

En nuestros días son pocos los vestigios que quedan de esta misión, básicamente sus cimientos de piedra. Sólo conozco una antigua fotografía de los años 20 del siglo pasado, en donde se aprecian algunos muros de adobe. También se encuentra casi completo el panteón de la misión, con varias tumbas de piedra, pero ya sin cruces ni nombres. Vestigios de la antigua acequia también los hay, y sobre todo numerosos fragmentos de cerámica. Entre estos tepalcates hemos localizado algunos provenientes de las Filipinas, y es que los misioneros dominicos intercambiaban objetos con los galeones de Manila que a veces arribaban a la Bahía de San Quintín.

SAN PEDRO MÁRTIR DE VERONA
Esta misión está dedicada a San Pedro Mártir de Verona, uno de los iniciadores de la orden dominica. San Pedro Mártir, nació en Verona, Italia, el 29 de junio de 1205 y falleció en Como, también en Italia, el 6 de abril de 1252. Fue un fraile dominico, inquisidor y mártir italiano.

Pertenecía a una familia de cátaros (movimiento religioso de carácter gnóstico que se propagó por Europa Occidental a mediados del siglo X). Estudió en una escuela católica en Lombardía, por entonces uno de los centros de la herejía, lo que marcó su educación.

Tras estudiar en la universidad de Bolonia, ingresó en la orden de los dominicos de la mano de su fundador, Domingo de Guzmán, en 1221. Inició una actividad apostólica intensa: predicó en el norte de Italia (Milán y Venecia) entre 1232 y 1234. Fue prior en Asti y Piacenza.

Su principal obra fue en Milán donde fundó el monasterio dominico de San Pedro del Camposanto. Luchando contra las creencias cátaras, se consagró a la formación cristiana de laicos, a la difusión del culto a la Virgen y a la creación de instituciones para la defensa de la ortodoxia católica.

En Florencia trabó nuevas amistades con los después también canonizados Alexis de Falconieri y los otros seis fundadores de la Orden de Siervos de María, los llamados servitas, siendo su consejero.

En 1251 gracias a sus numerosas virtudes, a ser un gran orador y predicador, a tener gran conocimiento de la Biblia, a su celo por la Iglesia Católica y a su severidad en su forma de vida, el Papa Inocencio IV lo nombró Inquisidor de Lombardía y prior en Como. Desde que sus superiores lo nombraron en su cargo, evangelizó por toda Italia, predicando en Roma, Florencia, Bolonia, Génova y Como.

La gente acudía a verlo y lo seguía, siendo las conversiones numerosas. Habitualmente arremetía contra los católicos de palabra y no de actos. Murió asesinado el 6 de abril de 1252, el sábado de Pascua, al atravesar el bosque de Barlassina, en las proximidades de Séveso, cuando volvía de Como a Milán. Tenía 47 años.

Su asesino, un tal Pietro da Balsamo (Pedro de Bálsamo), llamado también Carino, le dio un golpe de podadera en la nuca y una puñalada en el pecho. El crimen habría sido urdido por el obispo hereje Daniele da Giussano y algunos señores milaneses, entre ellos Stefano Confalonieri. El asesino entró en la orden de los dominicos por los remordimientos que le produjo este acto.
 

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