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Un siglo de mentiras

domingo, 5 de febrero de 2017 · 00:00
AGENCIA REFORMA
Ciudad de México

Entre dos magnicidios nació la Constitución de 1917: el de Francisco I. Madero en 1913, y el de Venustiano Carranza, jefe del ejército constitucionalista en 1920.

Si la "historia es la biografía de los grandes hombres”, como dice Thomas Carlyle, la de Carranza es la historia de nuestra Constitución. Su asesinato el 21 de mayo de 1920 significó el fin de una idea de libertad con regularidad constitucional enarbolada en el Plan de Guadalupe, para vengar y restablecer el orden constitucional fracturado con la muerte de Madero.

Y en ese horizonte temporal con el escenario de una sociedad crispada, con improvisaciones, ausencia de debates profundos, fraudes y engaños y, sobre todo, bajo la conjura antiliberal, se promulgó hace un siglo nuestra Ley fundamental mexicana. La ampulosamente llamada "primera Constitución político-social del mundo”.

Voluntad política vencedora
Venustiano Carraza fue en muchos sentidos un liberal. No quería una "nueva” Constitución. Su preocupación central era modesta: alcanzar la paz, y sabía que sólo la podía fundar con un "gobierno legítimo”.

La descomposición y violencia promovida por los cabecillas revolucionarios orillaron a Carranza a intentar un consenso político mayor; ensanchó su Plan de Guadalupe y luego, de plano, convocó al pueblo a elegir un Congreso Constituyente para redactar un nuevo pacto político. Nuestro documento constitucional centenario brota de una lógica de poder, no de un movimiento ciudadano con genuinas reivindicaciones sociales. Es una intentona -fallida- por avenir a los triunfadores del postporifirismo y del posthuertismo; es "el producto de una voluntad política vencedora, eficaz e imbatible” (Lecturas de la Constitución, José Ramón Cossío y Jesús Silva-Herzog, FCE, 2017). Satisfacer reclamos colectivos de la población fue un invento retórico ulterior.

Al acudir a las urnas el 22 de octubre de 1916, el conocimiento o conciencia de los mexicanos de estar eligiendo diputados constituyentes fue precario y frágil. Participó poco más del 20 por ciento de la gente y hubo triquiñuelas electorales. Se eligieron personas, no ideas.

Además, el Constituyente "no reflejó las realidades militares del país”, sentencia Alan Knight, profesor de la Universidad de Oxford y autoridad indiscutible en la historia de la Revolución Mexicana. Coincide Jean Meyer, quien afirmó que la mayoría de los parlamentarios eran "gentes de ley”, nunca campesinos, asalariados, artesanos... "las clases populares no estaban directamente representadas” (La Revolución Mexicana Jus, 1991).

El desorden del Congreso fue evidente. Aún existe un debate sobre el número cierto de los diputados. No faltaron altercados, descalificaciones personales, gritos de "ladrones” y "gusanos”, pero en poco más de ¡60 días! aprobaron la Carta Magna.

El Congreso, en muchos sentidos, fue intolerante con los adversarios del carrancismo, descalificó a los partícipes de la Convención de Aguascalientes y a los seguidores de Huerta. Contrastó con el frenesí por los caudillos revolucionarios. Los debates de Querétaro y su "música social” sedujo a pocos.

Aunque en mayo de 1916, en Hermosillo, Sonora, Carranza se comprometió a "removerlo todo”, y crear una nueva Constitución para hacer triunfar la "lucha reivindicadora y social”, también advirtió en la sesión inaugural del Constituyente, el 1 de diciembre de 1916, sobre "conservar intacto el espíritu liberal” de la Constitución de 1857.

La vacilación o deliberada ambigüedad de Carranza generó la ocasión para que los "enemigos de la libertad” irrumpieran en el Constituyente queretano con sus famosas "conquistas sociales”. Mentiras de igualdad para "disfrazar” un texto constitucional (Karl Loewenstein).

Quienes confeccionaron ese traje fueron anticarrancistas. "El grupo vehemente de las izquierdas giró alrededor del fogoso general Álvaro Obregón, mientras las derechas rodeaban al reposado señor Carranza”, admite el constituyente Pastor Rouaix (Génesis de los artículos 27 y 123 de la Constitución Política de 1917, Inehrm, 2016) y, por si fuera poco, remata Rouaix: "en todos los casos de acaloradas discusiones, (el Congreso) le dio el triunfo a los radicales, demostrando con ello su ardiente revolucionarismo”.

Los combates más álgidos fueron en educación, religión, trabajo y campo, donde se desfiguró la propuesta "moderada” de Carranza, y se comenzó a escribir la larga borrachera de mentiras patrióticas y populistas, base teórica del régimen corporativo y clientelar de la Revolución, y elemento teórico fundacional del priismo gobernante durante casi todo el siglo de vigencia de nuestra norma suprema.

Las "causas determinantes”, dice Rouaix, de los "preceptos radicales” (artículos 27 y 123), "tienen sus orígenes en el nacimiento mismo de nuestra nacionalidad como fruto de la conquista hispánica... la supremacía absoluta del conquistador sobre el indígena vencido... los amos que administraban el gobierno, la religión y la riqueza, y los parias que sólo tenían como patrimonio el trabajo y la obediencia”. Sobre este discurso victimista, de nacionalismo falso y de demagogia histórica y social, se construyó la identidad constitucional mexicana. 

Los obreros recibieron "de las alturas el regalo del artículo 123” (Knight). En el tema del campo, Carranza quería un federalismo agrario, pero los "constituyentes sociales”, en casa de Rouaix, consumaron la traición al varón de Cuatro Ciénegas y apuñalaron a la libertad. Bendijeron la servidumbre de un sindicalismo sometido a burocracias, y condenaron al campesino al tutelaje político de líderes cleptómanos, con intrincados procesos de tenencia de la tierra.

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Durante mucho tiempo, nuestra Constitución fue un devocionario de esos logros sociales. En su centenario no podemos venerar esa quimera. Y, con el diputado constituyente Félix F. Palavicini, sostengo que "nuestra lepra eterna es la consagración de la mentiras históricas, la aceptación de leyendas, la abdicación temblorosa y cobarde del buen juicio ante las mentiras dogmáticas del pasado”.

El beneficiario de las muertes de Madero, Carranza y de la libertad en Querétaro fue el "neoporfirismo sexenal”, que con esos "logros sociales” constitucionalizados, corporativizó al Estado mexicano, hizo del paternalismo gubernamental su divisa, institucionalizó a la Revolución en un partido y lo confundió antidemocráticamente con el gobierno.
La victoria de los liberticidas alcanzó un siglo.

"La fe ciega en la bondad absoluta de las cosas pasadas es un vicio de debilidad, es una virtud de esclavos, es la lepra eterna”.
Félix F. Palavicini


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