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Atrapado a mil metros bajo tierra

Primera parte En esta ocasión, quiero compartir una experiencia que viví, hace 36 años, cuando junto con cuatro espeleólogos quedamos atrapados varios días en una de las cuevas más profundas del mundo, en los niveles más hondos, debido a una fuerte creciente. Una experiencia que casi me cuesta la vida
domingo, 15 de julio de 2018 · 00:00

CARLOS LAZCANO/COLABORACIÓN
carloslascano@hotmail.com | Ensenada, B. C.

De las pocas buenas noticias que han circulado en la prensa mundial en estos días, destaca la del exitoso rescate de los niños que habían quedado atrapados en la cueva de Tham Luang, en Tailandia, ya que fue un hecho sin precedentes y, sin lugar a dudas, el rescate más complejo que se haya realizado en cavernas.

Ya la prensa ha dado a conocer todo tipo de detalles sobre este impresionante rescate, los que no es mi intención repetir en este artículo. Más bien quiero compartir una experiencia que viví, hace 36 años, cuando junto con cuatro espeleólogos quedamos atrapados varios días en una de las cuevas más profundas del mundo, y precisamente en los niveles más hondos de dicha cavidad, debido a una fuerte creciente.

LA INVITACIÓN
En el verano de 1982 fui invitado por la Federación Francesa de Espeleología (FFE) para que tomara una serie de cursos sobre técnicas avanzadas de exploración de cuevas. Estos se llevaron a cabo en el macizo del Vercors, en los Alpes franceses, en donde abundan las cavidades y se encuentra una de las sedes de la Escuela de Espeleología de la FFE. La experiencia fue muy enriquecedora, y de hecho cambió el rumbo de mi vida, ya que a partir de entonces tome la exploración espeleológica como mi forma de vida. Llevé cursos con algunos de los mejores espeleólogos del mundo, y conocí a grandes personajes de la espeleología mundial. Al final de estos cursos fui invitado a visitar algunas cuevas y participar en las exploraciones de otras.

En la última etapa de mi gira por las cuevas francesas, participé en un encuentro internacional sobre técnicas espeleológicas, en donde se intercambiaron muchos puntos de vista sobre las distintas técnicas que se utilizaban en varios países. El encuentro se cerró con el descenso a una de las cavidades más profundas del mundo: la Sima Berger, para lo cual se organizó una expedición internacional ,con casi todos los participantes en el encuentro.

LA SIMA BERGER
En ese tiempo, la sima Berger tenía mil 198 metros de profundidad y se le consideraba la sexta más honda del mundo. En esta expedición habí­a 27 espeleólogos que representaban a siete paí­ses: Suiza, Holanda, Inglaterra, Italia, Hungrí­a, Francia y México.

Entre los participantes estaban algunos de los espeleólogos más célebres del mundo, como Pierre Rias, director del Espeleosocorro francés, quien había dirigido algunas exploraciones en algunas de las cuevas más profundas del mundo. También estaban Mike Meredith, espeleólogo inglés autor de varios libros sobre técnicas espeleológicas; Bernard Piart, director de la Escuela Francesa de Espeleología, y Marco Ghiglia, el más famoso explorador subterráneo de Italia. 

Se habí­an formado cuatro grupos de descenso: dos de ellos para equipar la caverna y otros dos para desarmarla. A mí se me incluyó en el segundo grupo de armado de la cueva, por lo cual tendría la oportunidad de alcanzar la cota de los mil metros de profundidad. Para facilitar el trabajo, se había colocado un campamento a 500 metros de profundidad. El recorrido previsto sería de unos siete kilómetros de longitud y se alcanzaríamos una profundidad de mil 122 metros hasta el primer sifón. 

Gracias a la visita a otras cuevas francesas, ya me había acostumbrado al frí­o glacial de la mayorí­a de las cavernas de la región. La Berger no era la excepción, pues tení­a una temperatura ambiente de tres a cuatro grados centí­grados y el agua corrí­a a dos grados.

La Sima Berger se encuentra en plenos Alpes franceses, muy cerca de la ciudad de Grenoble. Su descubrimiento y nombre se deben al espeleólogo Joseph Berger, quien la encontró en 1953. En aquella época, su exploración resultó muy difí­cil y condujo al mejoramiento de las técnicas espeleológicas.

Después de tres años de exploraciones, en 1956 una expedición al mando de Fernando Petzl alcanzó el primer sifón a menos mil 122, siendo la primera sima que rebasaba los mil metros de profundidad y, en ese entonces, la más profunda del mundo. Duró con esta categorí­a diez años.

Posteriormente se le han explorado varios sifones con técnicas de espeleobuceo y se le han encontrado cinco entradas más, con lo cual su profundidad actual es de mil 241 metros con una longitud de 18 kilómetros. 

El 23 de agosto (1982) descendió nuestro primer grupo, que estaba formado por seis espeleólogos al mando de Mike Meredith. Su objetivo era armar la caverna en su primera sección e instalar el campamento a 500 metros de profundidad. Por la tarde de ese mismo día, entró el segundo grupo, formado por Laure Garibal (Francia), Marco Ghiglia (Italia), Paul Ramsen (Inglaterra), Phillipe Ete (Francia) y yo (México). Este grupo iba bajo la dirección de Phillipe y su objetivo era armar la caverna hasta el final, lo que representaba unos 20 tiros más. 

Penetramos a la caverna por la entrada clásica (la descubierta por Berger). La primera parte constaba de una serie de 15 tiros y meandros hasta alcanzar los 260 metros de profundidad. De ahí penetramos a una enorme galerí­a que en algunos puntos alcanza los 70 metros de altura y cuya longitud es kilométrica. Caminamos por el cauce de un rí­o subterráneo entre bloques de derrumbes y lagos durante varias horas hasta llegar al campamento, donde estaba el primer grupo descansando y esperándonos para iniciar el retorno. 

Después de platicar unos momentos con ellos, continuamos descendiendo. Unos 50 metros abajo del campamento estaba uno de los sitios más hermosos de la sima: se observan unas series enormes de piletas y gigantescas y abundantes estalagmitas. 

A 800 metros de profundidad penetramos a un gigantesco salón llamado El Gran Cañón. Por doquier abundaban enormes bloques de roca que alguna vez se desprendieron del techo de la sala. El silencio de la caverna era intenso.

Al final del Gran Cañón estaba una serie de tiros, travesí­as y escaladas en las cuales era necesario emplear todos los recursos de la técnica, ya que el agua que constantemente fluía sobre el cauce dificultaba el avance. Armamos el último tiro, de 50 metro de profundidad, llamado el Tiro del Huracán.

Había dos maneras de instalar la cuerda en este tiro, una era muy sencilla ya que se colocaba el cable directo en la caída; la otra era un poco más complicada, había que hacer una pequeña escalada de unos diez metros, pero esta era más segura, sobre todo si llegara a presentarse una creciente del río subterráneo que alimentaba a esta cavidad. Debido a que la probabilidad de una creciente era muy baja, decidimos instalar la cuerda por la parte fácil. Como veremos más adelante, esta decisión casi me cuesta la vida.

Al bajar el tiro del Huracán se penetraba a otra gran galerí­a que se inicia al nivel de los mil metros y finalizaba en el primer sifón, a menos mil 122. Cuando entré a esta galerí­a, me convertí­ en el primer mexicano que descendí­a a una profundidad superior a los mil metros.

La Sima Berger se encuentra en plenos Alpes franceses, muy cerca de la ciudad de Grenoble; su descubrimiento y nombre se deben al espeleólogo Joseph Berger, quien la encontró en 1953
 

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