Sobre la abstracción y la materia

“La obra del maestro Blancarte es sin duda importante porque representa en sí misma una evolución en la producción artística regional. Un momento en la línea de tiempo que se inserta en nuestra historia próxima, donde lo material logra apoderarse del plano pictórico y ser su base”.
domingo, 1 de mayo de 2016 · 00:00
Por Pedro Mota García

Hace poco con motivo de la presentación de un libro con la obra del maestro Álvaro Blancarte, me vi obligado a repensar su pintura y la pintura en general, aunque su producción también pueda encontrarse fuera de esta disciplina. 
La obra del maestro Blancarte es sin duda importante porque representa en sí misma una evolución en la producción artística regional. Un momento en la línea de tiempo que se inserta en nuestra historia próxima donde lo material logra apoderarse del plano pictórico y ser su base.
Mucho se ha dicho sobre la pintura y se puede decir más a través de los ejemplos incluidos en este libro. Quizás lo más discutido en las últimas décadas sea la presunta muerte de la pintura, en un presente donde en teoría esta ya no sería oportuna y se habría visto desplazada por las herramientas tecnológicas de mayor vanguardia. 
En lo personal no me interesa la idea de la muerte de la pintura, pero aprovechando la oportunidad, quisiera explicar mi lectura hacia este cuerpo de trabajo.
La abstracción puede ser un problema, pero el problema no radica en la abstracción sino en lo que esperamos de la pintura. Al momento de relacionarnos con ella intentamos reconocer nuestro mundo, perdiendo de vista que la pintura tiene una realidad aparte, del cual la abstracción es sólo una posibilidad.  
Después del encuentro con una pintura y si la experiencia fue significativa, lo más normal es intentar verbalizarla posteriormente. Michael Baxandall hacía la siguiente observación: "Nosotros no explicamos cuadros, explicamos observaciones sobre cuadros”, pensando justamente en lo difícil que era comunicar la experiencia de haber visto una pintura, la cual existe como un todo sincrónico.  
La lectura de una pintura requiere una realización, exige un período de tiempo, hay una secuencia implícita en ese acto, observamos primero el color, texturas, detalles, reconocemos las formas que nos son familiares, o como decía John Dewey: "Cada experiencia es el resultado de una interacción entre la criatura viviente y algún aspecto del mundo en que vive... el proceso continúa hasta que surge una mutua adaptación del yo y el objeto”.
Después, cuando lo explicamos a alguien, realizamos una representación del pensar sobre haber visto una pintura, sobre una experiencia, que se realiza desde el flujo constante entre un individuo, la acción, el contexto y las emociones. 
Al pensar una pintura y más al describirla, lo que hacemos es interpretar, traducimos la información que llega a través de nuestra vista, y esa traducción puede alejarse de la experiencia real y perderse en el lenguaje utilizado. 
Por eso los griegos tenían  en la Ekphrasis un ejercicio retórico de la descripción de una obra de arte, acercándonos al objeto incluso a un nivel emocional, conectándonos con lo que nos rodea y aquello a lo que conocemos, a quiénes somos como espectadores, enlazándose con nuestras experiencias pasadas. 
La pintura desde su carácter matérico, así como lo hace el maestro Blancarte en su obra, lanza una invitación, haciendo una ekphrasis inversa, nos traduce su propia experiencia no con el arte, sino con su entorno, desde una línea de tiempo que se cruza con la propia vida y que toma forma en la pintura. Nos invita a relacionarnos con ella en una forma casi primordial, alejándose de la figuración, a través de los materiales, texturas, formas, colores y atmósferas, en las que nos podemos reconocer a nosotros mismos y compartir su experiencia adaptándonos juntos a ella.

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